Un lugar lleno de falsas nociones, de equivocadas perspectivas y de lastres que alteran las percepciones.
Eduardo González Peña
- Eduardo
- Argentina
- "El que cree haber entendido cualquier cosa sobre mí, se ha formado de mí una idea que responde a su imagen" Nietzsche.
jueves, 29 de noviembre de 2018
Defensor de la fe riverplatense
Pasé un día sin postear en facebook en modo hincha-socio-fanático de River. Todo un récord considerando las circunstancias. En estos tiempos, ésa condición cobró su precio en mis relaciones sociales. Hoy tengo menos contactos en facebook y me salí o silencié grupos de whatsapp. Todo lo que traté de sostener en ése plano, con paciencia y civilidad, se perdió. Esta pérdida causa dolor, pero la pérdida se repite en mi vida como la muerte de miembro nuevo de cada capítulo de Combate, por lo que tengo un umbral muy alto para resistir ese dolor. Parece que no queda claro que yo soy de esos sujetos que la da a River la condición de sagrado. Condición que se profundiza porque no soy de River por herencia familiar: yo lo elegí a pesar de las presiones por convertirme en hincha de Boca de mi abuelo materno y mi mejor amiguito, cuando todavía no llegaba a los 4 años. En River encontré un carácter cohesivo para la vida. Crecí a unas cuadras del Monumental, pero no tuve la oportunidad de ser socio hasta los 17 años, de ir a ver un partido hasta los 15 años, en toda mi niñez tuve una sola remera de la banda y siempre fui menospreciado en mi familia por mi gusto por el fútbol. Ello, en vez de frustrarme, templó mi amor por la banda. Cuando perdí mi religión (esa si heredada), por observar que no existía una unidad inseparable entre pensamiento y acción, y cuando mi identidad política (también heredada) fue aplastada por la restauración neoconservadora y sus políticas neoliberales, River y el Heavy Metal ocuparon los vacíos dejados por la religión católica y la política partidaria en la construcción de sentido. Un tiempo más tarde me inicié en las ciencias sociales, dando forma a una trinidad de sentidos muy particular. Encontré contradicciones entre ellas y fui construyendo un espiral de modo cada vez más personal, hasta el punto de no conocer otros que se relacionen con estos tres planos de construcción de sentido como yo lo hago. Si me refiero a River, definitivamente soy un defensor de la fe. No esperen mucho más de mí. Muchos de ustedes también tienen sentidos que son tan o más banales que los del fútbol: se arrastran para pagar las cuentas y para conseguir un “trabajo”; ponen el “sentido” en sus hijos, a los cuales condenaron a vivir en un mundo de mierda por egoísmo; tratan de llenar su vacío existencial con vacaciones, consumo y la farsa de la “amistad” actual; se evaden de la mierda de la realidad como los frívolos; y un largo etc. Es decir, sufren el síndrome de Estocolmo con sus amos porque no tienen la valentía de aceptar que el mundo no tiene sentido. Yo soy de River porque soy conciente que el mundo no tiene sentido y me la banco como un centinela.
Etiquetas:
"Amistad",
"Causalidad",
"Fanatismo",
"Fe",
"Fútbol",
"Hagiografía",
"Moral",
"Niño",
"Política",
"River Plate",
"seriesTV"
viernes, 16 de noviembre de 2018
Ponzio y la Matrix
En una parte de Matrix se realizan estas
preguntas: “¿Cómo podrías demostrar que todo esto no es una ilusión? ¿Nunca has
tenido un sueño que pareciera muy real? ¿Cómo sabrías entonces diferenciar
sueño de realidad?”
Ayer mi hijo cumplió siete años y Leonardo Ponzio le regaló su tiempo y sonrisa para sacarse una foto. Ese semidiós que volvió a River unos mes después del nacimiento de mi pibe. Era el tiempo de la noche que retornó a los riverplatenses a nuestros humildes orígenes. Leo, jugando bien o mal en un deporte colectivo, siempre fue capaz de dejar de lado el egocentrismo y la necesidad de ser admirado. Demostró su temple de líder cuando no los había en la dirigencia y ni en el cuerpo técnico; cuando había que tolerar como nunca el destructivo poder de los medios y el morbo de los que consumen ese estiércol. En un gran mar de basura, Leo nunca se mostró como “único y especial”, y siempre evitó actitudes y comportamientos arrogantes. Hoy, al ver la foto y estar a unos días de un partido histórico, me pregunto si todo lo que ocurrió en estos siete años (con las cumbres de esas tres eliminaciones a Boca que nos dieron cinco títulos internacionales y uno nacional) es una ilusión, si no fue parte de un (hermoso) sueño que tuvo como protagonista a Leo y a otros o si fue real. Todavía no encuentro el prisma que me permita diferenciar el sueño de la realidad y, tal vez, no quiera encontrarlo. Gracias eternas Leo!
Ayer mi hijo cumplió siete años y Leonardo Ponzio le regaló su tiempo y sonrisa para sacarse una foto. Ese semidiós que volvió a River unos mes después del nacimiento de mi pibe. Era el tiempo de la noche que retornó a los riverplatenses a nuestros humildes orígenes. Leo, jugando bien o mal en un deporte colectivo, siempre fue capaz de dejar de lado el egocentrismo y la necesidad de ser admirado. Demostró su temple de líder cuando no los había en la dirigencia y ni en el cuerpo técnico; cuando había que tolerar como nunca el destructivo poder de los medios y el morbo de los que consumen ese estiércol. En un gran mar de basura, Leo nunca se mostró como “único y especial”, y siempre evitó actitudes y comportamientos arrogantes. Hoy, al ver la foto y estar a unos días de un partido histórico, me pregunto si todo lo que ocurrió en estos siete años (con las cumbres de esas tres eliminaciones a Boca que nos dieron cinco títulos internacionales y uno nacional) es una ilusión, si no fue parte de un (hermoso) sueño que tuvo como protagonista a Leo y a otros o si fue real. Todavía no encuentro el prisma que me permita diferenciar el sueño de la realidad y, tal vez, no quiera encontrarlo. Gracias eternas Leo!
viernes, 28 de septiembre de 2018
El secreto del signo inscripto en el alma del Capitán Beto
Sabemos que el Capitán Beto llevaba la foto de Carlitos, un poster de
River Plate y la estampita de un santo. ¿Cuál era ése santo? Ángel
Amadeo Labruna, el "designatum" que lo acompañó por el espacio, el Ángel
de la guarda del conductor de la nave hecha en Haedo. No lo desamparó
en la nada del espacio, guiando la coherencia lógica y adecuación
empírica de su ruta. Su exterioridad se volvió su interioridad hasta
que, en ese viaje de introspección, el Ángel le permitió al Capitán Beto la comprensión, expresión moral y comunicación de lo que es ser
hincha de River Plate Tu Grato Nombre. Ese era el secreto del signo
inscripto en el alma del Capitán Beto. Feliz día millonarios!!!!
jueves, 20 de septiembre de 2018
Tesis “Ford Falcon (1962-1991). El mismo, pero mejor. Illusio, habitus y sentido práctico en el Campo Automotriz Argentino”.
Ya se encuentra disponible, en el repositorio digital de la UNSAM, la
tesis “Ford Falcon (1962-1991). El mismo, pero mejor. Illusio, habitus y
sentido práctico en el Campo Automotriz Argentino”. Si me permiten
jugar con su nombre, trata sobre el Halcón –ese αρπακτικό πουλί
(“depredador de aves”) – que devastó a su competencia. Pero fue mucho
más. Se trató de un elemento cotidiano en la vida del país, “por todos
querido”, que simbolizó “lo noble y confiable”. Siendo el “mismo”,
siempre fue “mejor”. Reclamó para sí, con éxito, la condición de “auto
más confiable de la Argentina” y logró “trascender el tiempo” al
conectar el pasado, presente y futuro de los “caminos de la vida,
construyendo cada día algo mejor”. De esa forma el Falcon –el “amigo
incondicional de su dueño (y de su familia)”– fue asemejado a la vida
(“Mejor para vivir”) y al anhelo utópico de armonía social o, dicho en
palabras del marketing, “una forma de entendernos, de ser, de compartir y
de sentir” y el vehículo “que elegimos (los argentinos) para escribir
la historia de cada día.” Pero el también fue el objeto-símbolo del
terror de Estado. Como una materialización del mito de Faetón, los “Ford
verdes” quemaron todo a su paso: a la utilidad metafísica del Falcon
(construida durante décadas) como objeto-símbolo “gaucho y confiable”,
ligado al polisémico ser nacional y a una utópica vida familiar y del
trabajo ajena al conflicto social, se le sumó la paralela y
contradictoria transmutación simbólica de ser el “sujeto” de la
violencia genocida y deshumanizante.
Nuevamente quiero agradecer Andrés Wainer, Juan Sebastián Califa, Paula Canelo, Pablo Nemiña, Pablo Bonavena y al resto de los miembros del jurado, a todo el personal del IDAES y, especialmente, a las tres personas más especiales de vida: Justi, Milito y Pau.
Nuevamente quiero agradecer Andrés Wainer, Juan Sebastián Califa, Paula Canelo, Pablo Nemiña, Pablo Bonavena y al resto de los miembros del jurado, a todo el personal del IDAES y, especialmente, a las tres personas más especiales de vida: Justi, Milito y Pau.
miércoles, 19 de septiembre de 2018
El Ángel del Millonario: Labruna
Hace 35 años moría Ángel Amadeo Labruna. Muy pocos recuerdos tengo de él
dirigiendo a River y mucho menos lo vi jugar. Pero la curiosidad, los
libros de historia y las viejas revistas me alcanzaron para comprender
que fue el más grande del más grande. Y no me refiero a que Labruna
solamente fue un gran futbolista en época sobraban grandes jugadores. No
me limito a marcar que fue el máximo goleador de Primera División y de
los Superclásicos. No lo circunscribo a su condición de
jugador más ganador en River Plate. No es porque fue uno de los
jugadores que más defendió el Manto Sagrado. No es simplemente porque su
apellido estuvo ligado a La Máquina y La Maquinita. No me alcanza con
delimitarlo a su condición de líder de aquel equipo que nos sacó de la
noche que duró 17 años y pico. Ya lo he dicho y lo repito: Ángel Amadeo
Labruna es más que la suma simple de todo lo anterior. Su condición es
de un blasón, un emblema, la representación gráfica del “deber ser”
riverplatense: nunca llorar, no tener miedo y siempre pretender las tres G. La única frustración posible es no sostener esos principios. Ángel, te conozco y te admiro aunque compartimos el mundo muy poco tiempo. Pero eso no importa. Vos trascendiste el tiempo y tu eco me estremece y agiganta mi corazón. ¡Gracias por hacerme entender lo que significa que mi sangre esté cruzada por un blanco pabellón!
riverplatense: nunca llorar, no tener miedo y siempre pretender las tres G. La única frustración posible es no sostener esos principios. Ángel, te conozco y te admiro aunque compartimos el mundo muy poco tiempo. Pero eso no importa. Vos trascendiste el tiempo y tu eco me estremece y agiganta mi corazón. ¡Gracias por hacerme entender lo que significa que mi sangre esté cruzada por un blanco pabellón!
viernes, 14 de septiembre de 2018
Yo, tu casaca metálica
Yo que soy el producto de tu historia, pero que también produje tu
historia. Yo que tengo 26 años y que te recuerdo lo intrincado de tu
individualización. Yo que soy fruto de esa disruptiva sensación de que
el orden estable no existe y que te recuerdo el colapso de una
estructura social “bien” instalada y relativamente fija. Yo que soy la
hija de las posibilidades de cambio y que por eso fui diseñada bajo el
impulso del miedo a perder a aquellos que considerabas tus iguales. Yo que soy la hermana menor del saco punky del gran Horacio B.
Yo que soy una síntesis de entre tu trama biográfica y sus tensiones
diacrónicas y sincrónicas. Yo que estuve con vos en las tribunas que
River visitó durante 10 años, hasta que cambiaste por camperas del
Millo: Careta! Yo que te acompañé cientos de veces a “jugar” al fútbol
al Güemes. Yo que te veía compartir cervezas en las frías escaleras de
algún rincón del barrio con el ya nombrado Horacio, pero también con Hernán, Sebastián, Cristian, Juan Martin y con la estrella roja de Augusto Clash.
Yo que estuve en tu primera borrachera y, justamente, fue la familia
Dorado la que te rescató de la ignominia de no ser capaz de volver a casa. Yo
que tengo marcas de grasa de los arreglos mecánicos de los Toros y que
supe ser verde oliva. Yo que te abrigaba mientras pescabas con Antígona y
Garrote. Yo que estuve con vos en las gradas frías del autódromo de
Buenos Aires. Yo que todavía llevo, en algunos de los parches, las
señales de la mano hábil de tu abuela. Yo que te acompañe al primer
recital de Milito y Justi con los enormes Kiss. Parece que hoy te tengo
que recordar que fui mojada por Ozzy, que tuve que bancar la
transpiración tuya y del resto de los monos que te rodeaban en esos
diciembres adentro de Obras, para que cumplas tu deseo de estar cerca
del Colorado gritando “Aguante Megadeth”. Y que siempre te protegí de
los golpes de la vanguardia para estar cerca de Angus, Harris, Lemmy,
Joey, Iommi, Rotten, Bruce, Alice, Darrell, DeMaio, Ian, Araya, Gene,
Helfield, Halford, Dio, Gillan y Slash. Lo mismo con Riff, Hermética y
Horcas. ¿Hace cuánto que no me portas como estandarte? ¿Te parece que me
alcanza con recitales salteados de Black Sabbath, Ozzy, Megadeth, The
Who, Anthrax, PIL, Los Violadores o Barón Rojo? ¡Yo quiero salir todas
las noches! En fin, por lo menos me llevaste a ver a disfrutar del gran Divano en ACV y Velocidad 22. Lamentablemente, no pude ver a Hërpes con Nicolás Dorado.
¿De verdad? Es como un herpes que no pica. ¿Qué te pasa? ¿Qué te ocurre
después de tanto tiempo? Sabés lo que pasa, aunque sos un buen metálico
y todavía no engordaste lo suficiente para que no pueda cubrir tu
humanidad, es que te estás volviendo viejo.
(Foto by Zazil Ha)
jueves, 23 de agosto de 2018
La educación pública y una pequeña historia
Soy
síntesis de múltiples determinaciones, pesimista por inteligencia y
optimista por voluntad. Mis procesos psicológicos superiores fueron
internalizados en un tiempo un espacio determinado. Por lo tanto, si soy
el que soy es porque mis procesos psicológicos superiores fueron un
producto contingente y relacional de la interacción con el medio
ambiente cultural que me tocó “vivir”. Nací en una familia que me asignó
una religión, eligió que sea “educado” en un colegio privado, me crió
en el barrio de Belgrano y me impuso el mandato de igualar a mi
padre. Él es ingeniero egresado de la universidad pública. Mi
adolescencia trascurrió en el medio del desencanto con la democracia, la
demonización de todo lo que fuera público y el “fin de las utopías”. Al
llegar cuarto año de la secundaria (1990), la empresa de mi padre
quebró y nos “quedamos en la calle”. Ahí conocí la sórdida violencia de
la educación privada. Debido a la abultada deuda acumulada de
hiperinflación en hiperinflación, las autoridades del colegio me negaron
la posibilidad de presentarme en la mesa de examen de diciembre y marzo
de las materias Física y Matemática. Luego, al iniciar el ciclo del año
1991, se negaron a darme el pase libre. Desde los quince años trabajaba
en el club Caldén como portero porque “trabajar” desde pequeño era otro
mandato familiar. El director del club era un abogado que me explicó lo
ilegal de la situación, escribió una carta documento y me adelantó el
sueldo de un año para tener alguna capacidad de negociación con la
institución privada. La mala leche de las autoridades del colegio
privado llegó a nivel de darme el pase cuando ya habían pasado más de 25
días del inicio de clases, es decir, cualquier colegio que me “tomara”
no lo podía hacer porque estaba ya “libre” por faltas. Con el pase en la
mano recorrí todos los colegios (privados y estatales) de Belgrano,
Núñez, Saavedra, Coghlan, Colegiales y Villa Urquiza, y en todos ellos
me decían que ya estaba “libre”. Cuando ya me rendía entré al Liceo
Nacional Número 9. Era el turno tarde y me atendió la directora. Ella
tuvo mucho de mi destino en esa entrevista y de un modo muy humano
entendió que no era mi “culpa” la situación. Quebrando algunas reglas me
inscribió y pude cursar quinto año. En ese colegio por primera vez me
exigieron razonar por fuera del mecanicismo de la educación privada.
Allí, por primera vez fui feliz en una institución educativa. Al momento
de ingresar a la universidad, mi resentimiento con todo lo que fuera
privado y en contra del espíritu vacío de la época menemista, “elegí”
dos cosas. Una es que solo podía construir conocimiento en el espacio
educativo público, por su calidad y porque allí era "feliz". La otra era
que no iba a estudiar una carrera que no me cerrara la realidad, porque
soy de aquellos a los cuales la realidad no les "cierra". Por
diferentes razones descarté filosofía y sociología, y (yo que siempre
amé la política) me anoté en la licenciatura de Ciencia Política de la
UBA y allí me recibí “con honores”. Años después también me recibí de
Profesor en Ciencia Política en la misma casa y de Magister en
Sociología Económica en IDAES-UNSAM. Además hace casi 10 años que tengo
la “suerte” de ser profesor en una de las mejores materias que puede
tener el CBC: sociología. Visto desde hoy en día, estoy convencido que
mi año en el Liceo Nacional Número 9 construyó mucho más en mí que mi
paso desde sala de 3 hasta cuarto año por la educación privada. El Liceo
Nacional Número 9 y la UBA me dieron algo que no vas a encontrar nunca
en la educación privada: la piedra filosofal del conocimiento. Si con
ella no pude construir más es por culpa de mi impericia como mago.
PD: Si llegaste hasta acá, tal vez puedas encontrar al Eduardo de 1991…
PD: Si llegaste hasta acá, tal vez puedas encontrar al Eduardo de 1991…
martes, 14 de agosto de 2018
Equilibrio
La ingenuidad de perseguir el equilibrio y de asemejarla con
la belleza es una sombra que no me puedo desprender. En mi Fortaleza de
la Soledad impera un caótico equilibrio. Allí, en sus alturas, me
observaban Moby-Dick, Leviatán y Garrote. Su convivencia era
desequilibrada. Dos de ellas son "artificiales" y una es "natural". Dos
me acompañan desde hace décadas y una tiene menos de un año conmigo. Dos
miraban a un lado y una apuntaba al lado opuesto. Tenía que equilibrar
la situación y por eso compré una caña "natural" por menos del 5% de lo
que tributo como siervo de Edenor. El tiempo la había tratado muy mal,
pero yo la volví a vida y se llama Korallion. Ahora hay
equilibrio en las alturas.
lunes, 30 de julio de 2018
Mi hagiografía y el tiempo de volar
Cuando sea escrita mi hagiografía reclamando la condición de nuevo Agustín de Hipona, el siguiente relato debe obviarse en función de no poner en duda mi virtud de valentía y mi fuerza en la fe.
Ocurrió que fui invitado a pasar unos días en Bariloche. Le comenté a P. Ella, puro fuego y entusiasmo, rápidamente organizó la logística para que pudiera pasar unos días en regiones con climas civilizados. Sin embargo, mi condición de ser prudente, moderado y objetivo me llevó a analizar el plan trazado por P y rápidamente me negué. Mis argumentaciones se centraban en esa entelequia conocida como “libertad”. Así, primero argüí que tengo compromisos laborales en esas fechas. P refutó tal argumento demostrando que había días libres en mi agenda. Luego deliberé sobre que ningún padre responsable puede abandonar a sus hijos en pleno inicio de clases. Lastimando mi autoestima patriacal, Pau demostró que la vida escolar y social de los niños puede sobrevivir sin mi querida presencia. Finalmente, recurrí al sórdido materialismo: en el capitalismo se es más o menos “libre” (fundamentalmente) en relación a lo abultado de la cuenta bancaria. Pero, como si de una gran jugadora de ajedrez se tratara, P había anticipado mi inclinación a recurrir al tibio refugio materialista. Ella tenía planeado un vuelo en avión a un precio menor a cargar el tanque de nafta del auto. Esto me puso en un serio aprieto. Como hombre de fe creo que el mundo es de Dios, pero solo se lo alquila a los valientes. Y yo creo ser valiente, pero ¿no es exigirle mucho a la Gracia de Dios volar DOS veces en Flybondi? ¿Tiempo para mí de volar?
Sin embargo, en mi hagiografía, ni la invitación, ni mis argumentaciones blasfemas y mi falta de fe en la Gracia de Dios podrán haber sido.
Ocurrió que fui invitado a pasar unos días en Bariloche. Le comenté a P. Ella, puro fuego y entusiasmo, rápidamente organizó la logística para que pudiera pasar unos días en regiones con climas civilizados. Sin embargo, mi condición de ser prudente, moderado y objetivo me llevó a analizar el plan trazado por P y rápidamente me negué. Mis argumentaciones se centraban en esa entelequia conocida como “libertad”. Así, primero argüí que tengo compromisos laborales en esas fechas. P refutó tal argumento demostrando que había días libres en mi agenda. Luego deliberé sobre que ningún padre responsable puede abandonar a sus hijos en pleno inicio de clases. Lastimando mi autoestima patriacal, Pau demostró que la vida escolar y social de los niños puede sobrevivir sin mi querida presencia. Finalmente, recurrí al sórdido materialismo: en el capitalismo se es más o menos “libre” (fundamentalmente) en relación a lo abultado de la cuenta bancaria. Pero, como si de una gran jugadora de ajedrez se tratara, P había anticipado mi inclinación a recurrir al tibio refugio materialista. Ella tenía planeado un vuelo en avión a un precio menor a cargar el tanque de nafta del auto. Esto me puso en un serio aprieto. Como hombre de fe creo que el mundo es de Dios, pero solo se lo alquila a los valientes. Y yo creo ser valiente, pero ¿no es exigirle mucho a la Gracia de Dios volar DOS veces en Flybondi? ¿Tiempo para mí de volar?
Sin embargo, en mi hagiografía, ni la invitación, ni mis argumentaciones blasfemas y mi falta de fe en la Gracia de Dios podrán haber sido.
martes, 26 de junio de 2018
Del paladar negro y las viudas
El paladar de un hincha es todo. Nosotros, los de paladar negro, nunca somos viuda de nadie ni nada. No estamos atados a un pasado que ya no es "nuestro", sólo tenemos el fugaz presente y un indeterminado futuro. A los jugadores presentes no le cortamos la cabeza por un idealizado pasado: les exigimos como deportistas de alto rendimiento que son. Y también agradecemos. Gracias Messi! Gracias selección por estar a la altura de la presión del alto rendimiento!
miércoles, 6 de junio de 2018
El arcoíris
Antes del Orden, los Infinitos y el Caos estaban contenidos en una biblioteca. Ella establecía un arcoíris con universos que llevaban a nuevos universos inmunes a los axiomas y la unidad armónica de la lógica.
La biblioteca atraía a bravos exploradores. Cautivados por la irresistible tentación de abrir puertas a nuevos universos y absorbidos por la crisis de la consciencia que se siente impotente para percibir la inmensa realidad subyacente dentro de cada totalidad, se arrojaban a la exploración. Empujados por los siete vientos, armados con arcos y flechas, carros de guerra y terribles cotas de malla perseguían a la victoria, pero ¿cómo procesar percepciones y representaciones para “ajustarlas” de forma que puedan encajar dentro de un molde que le dé sentido al infinito?
Posiblemente su empresa de conquista fuera vana. Sin embargo, el mayor peligro es que estaban siendo asechados por Elohim. Éste se trataba de un infinito celoso de los otros infinitos y se había propuesto una estrategia que le permitiera crear la ilusión de que un infinito no puede convivir con otros infinitos. Para ello disponía de una táctica que consistía en introducir, a modo de regalo, una corona con forma de cuernos en las cabezas de estos valientes guerreros. Una vez posicionada en la testa del guerrero, la corona se transformaba en un sol que cejaba al guerrero sobre la riqueza del Infinito y del Caos. Luego de superar el resplandor, los guerreros quedaban deslumbrados por la sorpresiva aparición de la belleza desnuda de Eurinoma. Ella era la compañera de Elohim y su naturaleza infinita tenía una contradicción: la necesidad de ser la matriarca del Orden. Empujada por la causalidad de esa necesidad asesinaba a los guerreros que exploraban el Caos y el Infinito. Solamente uno de ellos advirtió el peligro y logró escapar al esconderse en el Lucero del Alba.
Eurinoma no contó a Elohim que uno de los guerreros había sobrevivido. La razón fue que no tuvo tiempo. Elohim, envidioso de la condición matriarcal de su compañera, quería ser “el que hace que sea lo que es” y no estaba dispuesto a conceder a Eurinoma la precedencia en la procreación del Orden. Entonces, dispuesto a convertirse en el Ser trascendental y a que le fuera atribuido el Orden, Elohim engañó a Euronima diciendo “somos inseparables ¡deja que nos amemos una vez más!”. Euronima estaba decepcionada por su fracaso frente al guerrero y se sintió subsanada por el amor que le prometía Elohim. Y cuando estaban amándose, Elohim le propuso un juego que consistía en que cada uno fuera atado por turnos a una piedra para que el otro disfrutara de su cuerpo. Ser atado era poner en paréntesis la condición infinita de Elohim y de Euronima. Con ello se encontraban vulnerables y a merced del amor. La matriarca aceptó confiada de quién creía su enamorado. Así, Elohim se ofreció como el primero en ser atado. Luego le tocó el turno Euronima, que escuchó a su traidor amante gritar “soy el que soy” mientras le generaba todo el dolor que produce ser despedazada viva.
Elohim, que no podía procear, juntó las partes del cuerpo de Euronima y fabricó nuestro universo. Pero aún no estaba conforme y entonces juntó la sangre de Euronima con arcilla y creó el primer Hombre y a él le dijo que era su Dios, su Absoluto y la condición de toda trascendencia. El Hombre ingenuamente aceptó la palabra de Elohim.
Pero más allá del Primo Mobile del universo creado por Elohim se escondía el guerrero sobreviviente. Él descendió y conoció toda la miseria del Hombre frente al Caos y el Infinito. Es por ello que se propuso aliviar tanta desdicha al establecerse como el arcoíris a la Ciencia del Bien y el Mal. El Hombre llamó a ése arcoíris "Lucifer", tal vez por provenir del Lucero del Alba o tal vez por poseer la corona resplandeciente con forma de cuernos regalada por Elohim, y todavía hoy es el único camino a las puertas de la olvidada biblioteca del Infinito y del Caos.
Sin embargo, la biblioteca, el arcoíris, los guerreros, Elohim, Eurinoma, el Caos y el Oden, el Hombre, Lucifer y el universo podrán haber no sido.
La biblioteca atraía a bravos exploradores. Cautivados por la irresistible tentación de abrir puertas a nuevos universos y absorbidos por la crisis de la consciencia que se siente impotente para percibir la inmensa realidad subyacente dentro de cada totalidad, se arrojaban a la exploración. Empujados por los siete vientos, armados con arcos y flechas, carros de guerra y terribles cotas de malla perseguían a la victoria, pero ¿cómo procesar percepciones y representaciones para “ajustarlas” de forma que puedan encajar dentro de un molde que le dé sentido al infinito?
Posiblemente su empresa de conquista fuera vana. Sin embargo, el mayor peligro es que estaban siendo asechados por Elohim. Éste se trataba de un infinito celoso de los otros infinitos y se había propuesto una estrategia que le permitiera crear la ilusión de que un infinito no puede convivir con otros infinitos. Para ello disponía de una táctica que consistía en introducir, a modo de regalo, una corona con forma de cuernos en las cabezas de estos valientes guerreros. Una vez posicionada en la testa del guerrero, la corona se transformaba en un sol que cejaba al guerrero sobre la riqueza del Infinito y del Caos. Luego de superar el resplandor, los guerreros quedaban deslumbrados por la sorpresiva aparición de la belleza desnuda de Eurinoma. Ella era la compañera de Elohim y su naturaleza infinita tenía una contradicción: la necesidad de ser la matriarca del Orden. Empujada por la causalidad de esa necesidad asesinaba a los guerreros que exploraban el Caos y el Infinito. Solamente uno de ellos advirtió el peligro y logró escapar al esconderse en el Lucero del Alba.
Eurinoma no contó a Elohim que uno de los guerreros había sobrevivido. La razón fue que no tuvo tiempo. Elohim, envidioso de la condición matriarcal de su compañera, quería ser “el que hace que sea lo que es” y no estaba dispuesto a conceder a Eurinoma la precedencia en la procreación del Orden. Entonces, dispuesto a convertirse en el Ser trascendental y a que le fuera atribuido el Orden, Elohim engañó a Euronima diciendo “somos inseparables ¡deja que nos amemos una vez más!”. Euronima estaba decepcionada por su fracaso frente al guerrero y se sintió subsanada por el amor que le prometía Elohim. Y cuando estaban amándose, Elohim le propuso un juego que consistía en que cada uno fuera atado por turnos a una piedra para que el otro disfrutara de su cuerpo. Ser atado era poner en paréntesis la condición infinita de Elohim y de Euronima. Con ello se encontraban vulnerables y a merced del amor. La matriarca aceptó confiada de quién creía su enamorado. Así, Elohim se ofreció como el primero en ser atado. Luego le tocó el turno Euronima, que escuchó a su traidor amante gritar “soy el que soy” mientras le generaba todo el dolor que produce ser despedazada viva.
Elohim, que no podía procear, juntó las partes del cuerpo de Euronima y fabricó nuestro universo. Pero aún no estaba conforme y entonces juntó la sangre de Euronima con arcilla y creó el primer Hombre y a él le dijo que era su Dios, su Absoluto y la condición de toda trascendencia. El Hombre ingenuamente aceptó la palabra de Elohim.
Pero más allá del Primo Mobile del universo creado por Elohim se escondía el guerrero sobreviviente. Él descendió y conoció toda la miseria del Hombre frente al Caos y el Infinito. Es por ello que se propuso aliviar tanta desdicha al establecerse como el arcoíris a la Ciencia del Bien y el Mal. El Hombre llamó a ése arcoíris "Lucifer", tal vez por provenir del Lucero del Alba o tal vez por poseer la corona resplandeciente con forma de cuernos regalada por Elohim, y todavía hoy es el único camino a las puertas de la olvidada biblioteca del Infinito y del Caos.
Sin embargo, la biblioteca, el arcoíris, los guerreros, Elohim, Eurinoma, el Caos y el Oden, el Hombre, Lucifer y el universo podrán haber no sido.
lunes, 16 de abril de 2018
Defensa de la tesis "Ford Falcon (1962-1991). El mismo, pero mejor. Illusio, habitus y sentido práctico en el Campo Automotriz Argentino."
Eduardo González Peña: Sociología CBC UBA.: Defensa de la tesis "Ford Falcon (1962-1991). El m...: Hoy entendí que no debo perder el tiempo buscando esos años perdidos, me enfrenté y me puse de pie, y me di cuenta que estoy viviendo años ...
martes, 6 de marzo de 2018
Antígona y la "vida útil".
“Sabía que debo morir algún día, ¿cómo no
saberlo?, aún sin tu voluntad, y si muero antes del tiempo eso será para mí un
bien, según pienso. Cualquiera que vive como yo en medio de innumerables
miserias, ¿no obtiene provecho con morir? Ciertamente, el destino que me espera
en nada me aflige.” (Antígona a Creonte)
En alguna parte de nuestra doxa está
escrito que la mercancías deben ser siempre renovadas. Damos como evidente que
los valores de uso se vuelven obsoletos y desconocemos
que el consumo es un hecho político, es decir, dominación y poder. Además,
renovar los valores de uso tiene una función diferenciadora y discriminatoria,
y con ello se simboliza la realidad y se fija significados, construye y
reproduce las jerarquías sociales y son tomadas como señales de ubicación del
agente en el espacio social.
En 1985 compré una caña, sus productores le deben haber proyectado unos 5 años de vida “útil”. Ellos ya proyectaban que la fibra de vidrio maciza quedaría obsoleta frente a la fibra de vidrio hueca. Ellos son, como Creonte, los que fijan la ley que rige la “vida y muerte” de todo valor de uso. Sin embargo, la caña que hasta hoy se llamó “Roja Súper Especial” se cansó de darme satisfacciones. Tal vez la más importante sea que ella le dio a Milito su primer pescado de rio y de mar. Su valor de uso superó todo lo que yo podía sospechar el día que la caña me entró por los ojos en aquel local de la calle Paraná. Ella sabe, como Antígona, que debe morir algún día. Pero eso no va ocurrir mientras de mí dependa. En estos días la reciclé y la rebauticé con el de nombre de “Antígona”. Va a colgar junto a “Garrote” en mi Fortaleza de la Soledad, pero Antígona va a volver pescar.
Sin embargo, la doxa de las mercancías, la ley que rige la vida útil de una caña de fibra maciza y Antígona misma pudieron haber no sido.
En 1985 compré una caña, sus productores le deben haber proyectado unos 5 años de vida “útil”. Ellos ya proyectaban que la fibra de vidrio maciza quedaría obsoleta frente a la fibra de vidrio hueca. Ellos son, como Creonte, los que fijan la ley que rige la “vida y muerte” de todo valor de uso. Sin embargo, la caña que hasta hoy se llamó “Roja Súper Especial” se cansó de darme satisfacciones. Tal vez la más importante sea que ella le dio a Milito su primer pescado de rio y de mar. Su valor de uso superó todo lo que yo podía sospechar el día que la caña me entró por los ojos en aquel local de la calle Paraná. Ella sabe, como Antígona, que debe morir algún día. Pero eso no va ocurrir mientras de mí dependa. En estos días la reciclé y la rebauticé con el de nombre de “Antígona”. Va a colgar junto a “Garrote” en mi Fortaleza de la Soledad, pero Antígona va a volver pescar.
Sin embargo, la doxa de las mercancías, la ley que rige la vida útil de una caña de fibra maciza y Antígona misma pudieron haber no sido.
Garrote y conocer-reconocer
Borges, en La Noche de los Dones, inicia su
relato con un debate sobre el problema del conocimiento. Narra que alguien
invocó la tesis platónica que supone que ya todo lo hemos visto en un orbe
anterior, de suerte que conocer es reconocer. ¿En qué se relaciona la tesis
platónica con lo que sigue? Bueno, hace 30 años y un mes compré una caña de mar
que todavía conservo. Esa caña era "de lanzar", ya que medía tres metros y medio
y podía soportar una plomada de 200 gramos. ¿Por qué comprar la caña más grande
que pude encontrar? Porque conocer es reconocer, y eso es una trampa de la
memoria y los sentidos.
Mi primera caña me la regalaron mis padres en 1977, cuando nació mi primer hermano. Era verde, de fibra y debía medir un metro cuarenta centímetros. Esa caña pasó su efímera vida guardada, hasta que mi madre decidió tirarla a la basura. Para aquella época ya iba a pescar. Mi primer recuerdo es con mi padre y mi tío Tito, en la Costanera Sur cuando todavía era bañada por el Rio de la Plata. Luego, verano de 1978, recuerdo el muelle de lo que era un pequeño rejunte de casas en lo que hoy se conoce como Mar del Tuyú (una zona que comenzaba a crecer merced a la pavimentación de la ruta provincial 11). Yo no “pescaba”, ni siquiera me dejaban entrar a la zona de cañas del muelle. Pero ¿cómo olvidar la noche en pleno mar y el imponente sonar de las olas golpeando obstinadamente los pilotes del muelle? También recuerdo ayudar a los que pescaban (algunos dicen “colaban” el agua) con “medio mundo” a recoger los peces y llevarlos al balde.
Cuando llegó el verano de 1981, mi tío Tito me prestó una caña adecuada para mi tamaño. Con ella pude pescar un pequeño cazón en el muelle de Mar de Ajó. Me sentía lo más. En aquella época “Tiburón” había dado una dimensión de “villano de película” a los escualos. Luego tuve que devolver esa caña prestada y me sentí como un jugador de fútbol sin una pelota…
Un día de 1982, yo me encontraba en la casa de mi abuela Amanda. Allí pasaba largas temporadas, pero era muy difícil aburrirme. La casa se encontraba en la calle Laprida a menos de dos cuadras de Santa Fe. En la noche permitía imaginar todo tipo monstruos y fantasmas, en el día estaba lleno de rincones para explorar. Allí comenzó mi relación con el árbol de la ciencia del bien y el mal, cuando descubrí la biblioteca de mi abuelo. Un día, buscando algo que no recuerdo, entré a la habitación de mis abuelos. Allí había un antiguo ropero que casi se tocaba, en uno de sus laterales, con una pared. En ese rincón pude distinguir algo. Con una gran adrenalina metí la mano y saqué un conjunto de cañas de pescar. La mayoría no se encontraban en condiciones de usar, por roturas y faltantes, pero entre ellas había una hermosa caña de dos metros ochenta centímetros. Lo primero que hice fue avisar a mi abuela, que no recordaba cómo habían llegado las cañas allí. A ello agregó que posiblemente eran de mi tío Tito y de mi padre. Cuando llegó mi padre le pregunté –ansioso– si la caña “era de él”, porque asumía que transitivamente se transformaba en mía. Pero mi padre destrozó mi entusiasmo con una fría frase: “no es mía”. “Entonces es de Tito”, le indiqué, y nuevamente me respondió con una negativa; pero agregó un dato fundamental: “seguro que es de tu otro tío”. El tío en cuestión se llamaba Miguel Ángel y no lo “conocía” porque vivía entre la península de San Pedro y LLao LLao, cerca de Bariloche. Era bastante años más joven que mi padre y mi tío Tito. Si no recuerdo mal era clase 57 y por eso se salvó de la colimba. Para mí era una especie de superhéroe que escala montañas, trabajaba en el centro atómico, había sido un gran alumno y otras muchas hazañas. Cuando mi abuela se enteró que la caña era de Miguel Ángel, me dijo que la volviera a guardar en ese oscuro rincón. No era de extrañar porque mi abuela nunca me había dejado entrar a un pequeño cuarto conocido como “de Miguel Ángel”. Lo que había allí era el mayor misterio de toda la casa. De todas formas no me desanimé e insistí con todos los que podían interceder frente a la negativa de mi abuela. Creo que fue mi abuelo el que convenció a Amanda de que no tenía sentido seguir guardando esas cañas. Finalmente, la caña de Miguel Ángel se convirtió en mi segunda caña. Con ella me cansé de pescar tanto en rio como en mar, tanto en la costa como en los muelles. A pesar de no tener pinta de ser fuerte y estar pasada de moda, aguantaba corvinas y, principalmente, me hacía muy feliz.
Llegado 1985, acompañe a mi madre a la calle Paraná no sé para qué. Creo que era verano, porque de otra forma yo tendría que estar en el doble turno del colegio. La calle Paraná era la Warnes de las casas de pesca y allí pude convencer a mi madre que me comprara una caña roja de fibra de vidrio de dos metros cuarenta centímetros. Esa caña pescó desde los lagos de Palermo hasta las escolleras de Mar del Plata. Incluso, en el invierno de 1987, la llevé a un campamento a Tafí del Valle para poder pescar truchas. La uso hasta hoy en día y mis hijos la conocen como la “de la suerte”, aunque su nombre es Roja Súper Especial (toda caña y auto tiene que tener nombre).
En la Semana Santa de 1987, llevé la caña “de Miguel Ángel” y la Roja Súper Especial a pescar a la Costanera Norte. Yo vivía a unas treinta cuadras del comienzo de la parte norte de la Costanera. Con mi hermano fuimos en bicicleta. En alguna parte del viaje –seguro que haciéndome el canchero– me caí y se golpeó la caña “de Miguel Ángel”. Cuando llegamos a la Costanera y empezamos a armar las cañas me di cuenta de que estaba rota. Pero me negué a reconocer que ya le había llegado la hora a la caña. No lo podía aceptar, era la caña que me acompañó casi toda la primaria y había pescado con ella la mitad de mi vida. Tuve que contener las lágrimas, porque el mandato era “los hombres no lloran”. En ese pequeño infierno personal, de pronto escuché tocar la bocina del Torino de mi padre. Manejaba mi madre y nos estaba buscando por toda la Costanera porque “los militares iban a dar un golpe”. Mientras todo el país estaba movilizado por el levantamiento cara pintada, a mí lo único que me importaba era cómo reparar mi caña preferida. El lunes posterior a “felices pascuas, la casa está en orden”, llevé la caña a una casa de pesca para repararla. Pero me dijeron que no tenía arreglo. De todas formas no me di por vencido y la reparé yo. Al fin de semana siguiente la llevé nuevamente a la Costanera y se terminó de partir en un lanzamiento. Finalmente me tuve que resignar y comencé a planear su reemplazo.
La única caña que me quedaba era la Roja Súper Especial y una caña de mi padre que se había podrido al nivel de sus encastres y que ya no servía para nada. Un compañero del Instituto Superior Porteño me prestó una caña de fibra de vidrio para mar “que se había encontrado en Pinamar” (se la choreo a alguno) y no le interesaba usar. Pero luego nos peleamos y se la tuve que devolver. Mientras recorría los negocios de pesca de Núñez y Belgrano, para saber precios. Eso fue en Mayo. Entonces tomé la decisión de ir caminado las quince cuadras que separaban mi casa del Porteño y no gastar en nada. Incluso ahorré la mayoría del dinero que me habían dado mis padres para ir al campamento de Tafí del Valle. Con ese dinero acumulado ya podía comprar una nueva caña. Pero el dinero quedó en uno de mis pantalones y mi madre lo llevó a lavar a una lavandería y así perdí buena parte de lo ahorrado. Los dioses de la pesca se rían de mí. Encima los dioses de la economía hacían lo mismo: la inflación no paraba y las cañas no dejaban de aumentar su precio. Pasaron los meses y llegó el verano, y lo que yo ahorraba siempre era nominalmente más y realmente menos. Entonces pedí a todo el que escuchaba que me dieran plata para la Navidad de 1987. Así pude comprar una caña de mar. Era del tipo conocido como “garrote” y era de caña natural. Tenía una excelente terminación y también compré un reel Escualo. Para ese entonces ya contaba con catorce años. En la decisión se condensó todo mi conocer que no era otra cosa que mi reconocer. ¿Por qué no comprar una caña de fibra de vidrio? Porque una caña natural me había hecho muy feliz. ¿Por qué comprar una caña tan grande y pesada? Porque pensaba que si una caña mediana funcionaba tan bien, una caña grande tenía que ser mejor. Además, yo me sentía retado físicamente: tenía que demostrar al mundo que podía usar esa caña enorme y extremadamente pesada. Posiblemente me angustiaba no haber pegado el estirón cuando casi todos mis compañeros ya lo habían hecho. Sentía que me estaba quedando petiso. Tal vez ese complejo inició la cadena causal de complicaciones que tuvo esa caña. La primera fue que con ella tuve el primer hecho de "inseguridad" de mi vida. El día que la pensaba estrenar en la Costanera, tres pibes más grandes que yo me quisieron robar entre Ciudad Universitaria y Parque Norte. Ese día la caña ganó su nombre: Garrote. ¿Por qué? Porque la usé para literalmente romperle la cabeza a uno de los ladrones, cosa que no pude lograr pero que me permitió escapar. Asustado, ya no quise volver a la Costanera. Llegó Enero y fuimos con mi familia a San Bernardo. Una noche, con mi padre, concurrimos al muelle de Mar de Ajó. Para esa época, verano de 1988, el Partido de la Costa ya estallaba de gente. La zona de cañas estaba repleta de pescadores y casi no había espacio para lanzar. Lo que se solía hacer en esos casos era que los que estaban con las líneas tendidas se corrieran y bajaran un poco las cañas. El pescador que iba a la lanzar gritaba “va plomo” y esperaba que se corrieran los que estaban cerca de la baranda. En un momento yo era el que tenía que hacer el lanzamiento. Grité bien fuerte el “va plomo”. Todos se corrieron menos un viejo (debía tener la misma que yo ahora) pelado. Entonces volví a gritar “va plomo”. El pelado se dio vuelta, me miró y no se movió ni un centímetro. Enojado volví a gritar “va plomo” y lancé por encima del pelado. Pero el diablo metió la cola… el carretel del reel Escualo tenía una gatella en la tanza y se trabó. La plomada de 200 gramos me empujó la caña hacia abajo y le pegué en el medio de la pelada al viejo. Todavía me pregunto cuánto de accidente tuvo el cañazo, cuánto de “destino manifiesto” tenía una caña llamada Garrote y cuánta gana de darle una lección al viejo canchero. Recuerdo que uno gritó “sonó hueco” y todos los pescadores estallaron de risa. Después de eso el pelado se tuvo que ir a su casa y todos se corrían cuando yo lanzaba.
El reel Escualo es un capítulo aparte. Era una marca amada por los pescadores argentinos y el equivalente del Ford Falcon: nunca se rompía (?). Bueno, en realidad eso de que no se rompía era un mito, por lo menos en el modelo 6007. En mi caso se rompió tres veces una pieza (conocida como “uña”) que unía un sinfín con el vástago que movía el carretel. Cada arreglo era una fortuna de dinero y lo peor era –como "no se rompía"– que me decían que se rompían por mi culpa. Aunque era verdad (desconocía que, en caso de enganche, no hay que “tirar del reel”), era justamente lo que menos quería escuchar y le tomé bronca al Escualo. Hasta el presente post sostenía que tuve y tengo un montón de reels y que solo se rompió el Escualo 6007.
Mi primera caña me la regalaron mis padres en 1977, cuando nació mi primer hermano. Era verde, de fibra y debía medir un metro cuarenta centímetros. Esa caña pasó su efímera vida guardada, hasta que mi madre decidió tirarla a la basura. Para aquella época ya iba a pescar. Mi primer recuerdo es con mi padre y mi tío Tito, en la Costanera Sur cuando todavía era bañada por el Rio de la Plata. Luego, verano de 1978, recuerdo el muelle de lo que era un pequeño rejunte de casas en lo que hoy se conoce como Mar del Tuyú (una zona que comenzaba a crecer merced a la pavimentación de la ruta provincial 11). Yo no “pescaba”, ni siquiera me dejaban entrar a la zona de cañas del muelle. Pero ¿cómo olvidar la noche en pleno mar y el imponente sonar de las olas golpeando obstinadamente los pilotes del muelle? También recuerdo ayudar a los que pescaban (algunos dicen “colaban” el agua) con “medio mundo” a recoger los peces y llevarlos al balde.
Cuando llegó el verano de 1981, mi tío Tito me prestó una caña adecuada para mi tamaño. Con ella pude pescar un pequeño cazón en el muelle de Mar de Ajó. Me sentía lo más. En aquella época “Tiburón” había dado una dimensión de “villano de película” a los escualos. Luego tuve que devolver esa caña prestada y me sentí como un jugador de fútbol sin una pelota…
Un día de 1982, yo me encontraba en la casa de mi abuela Amanda. Allí pasaba largas temporadas, pero era muy difícil aburrirme. La casa se encontraba en la calle Laprida a menos de dos cuadras de Santa Fe. En la noche permitía imaginar todo tipo monstruos y fantasmas, en el día estaba lleno de rincones para explorar. Allí comenzó mi relación con el árbol de la ciencia del bien y el mal, cuando descubrí la biblioteca de mi abuelo. Un día, buscando algo que no recuerdo, entré a la habitación de mis abuelos. Allí había un antiguo ropero que casi se tocaba, en uno de sus laterales, con una pared. En ese rincón pude distinguir algo. Con una gran adrenalina metí la mano y saqué un conjunto de cañas de pescar. La mayoría no se encontraban en condiciones de usar, por roturas y faltantes, pero entre ellas había una hermosa caña de dos metros ochenta centímetros. Lo primero que hice fue avisar a mi abuela, que no recordaba cómo habían llegado las cañas allí. A ello agregó que posiblemente eran de mi tío Tito y de mi padre. Cuando llegó mi padre le pregunté –ansioso– si la caña “era de él”, porque asumía que transitivamente se transformaba en mía. Pero mi padre destrozó mi entusiasmo con una fría frase: “no es mía”. “Entonces es de Tito”, le indiqué, y nuevamente me respondió con una negativa; pero agregó un dato fundamental: “seguro que es de tu otro tío”. El tío en cuestión se llamaba Miguel Ángel y no lo “conocía” porque vivía entre la península de San Pedro y LLao LLao, cerca de Bariloche. Era bastante años más joven que mi padre y mi tío Tito. Si no recuerdo mal era clase 57 y por eso se salvó de la colimba. Para mí era una especie de superhéroe que escala montañas, trabajaba en el centro atómico, había sido un gran alumno y otras muchas hazañas. Cuando mi abuela se enteró que la caña era de Miguel Ángel, me dijo que la volviera a guardar en ese oscuro rincón. No era de extrañar porque mi abuela nunca me había dejado entrar a un pequeño cuarto conocido como “de Miguel Ángel”. Lo que había allí era el mayor misterio de toda la casa. De todas formas no me desanimé e insistí con todos los que podían interceder frente a la negativa de mi abuela. Creo que fue mi abuelo el que convenció a Amanda de que no tenía sentido seguir guardando esas cañas. Finalmente, la caña de Miguel Ángel se convirtió en mi segunda caña. Con ella me cansé de pescar tanto en rio como en mar, tanto en la costa como en los muelles. A pesar de no tener pinta de ser fuerte y estar pasada de moda, aguantaba corvinas y, principalmente, me hacía muy feliz.
Llegado 1985, acompañe a mi madre a la calle Paraná no sé para qué. Creo que era verano, porque de otra forma yo tendría que estar en el doble turno del colegio. La calle Paraná era la Warnes de las casas de pesca y allí pude convencer a mi madre que me comprara una caña roja de fibra de vidrio de dos metros cuarenta centímetros. Esa caña pescó desde los lagos de Palermo hasta las escolleras de Mar del Plata. Incluso, en el invierno de 1987, la llevé a un campamento a Tafí del Valle para poder pescar truchas. La uso hasta hoy en día y mis hijos la conocen como la “de la suerte”, aunque su nombre es Roja Súper Especial (toda caña y auto tiene que tener nombre).
En la Semana Santa de 1987, llevé la caña “de Miguel Ángel” y la Roja Súper Especial a pescar a la Costanera Norte. Yo vivía a unas treinta cuadras del comienzo de la parte norte de la Costanera. Con mi hermano fuimos en bicicleta. En alguna parte del viaje –seguro que haciéndome el canchero– me caí y se golpeó la caña “de Miguel Ángel”. Cuando llegamos a la Costanera y empezamos a armar las cañas me di cuenta de que estaba rota. Pero me negué a reconocer que ya le había llegado la hora a la caña. No lo podía aceptar, era la caña que me acompañó casi toda la primaria y había pescado con ella la mitad de mi vida. Tuve que contener las lágrimas, porque el mandato era “los hombres no lloran”. En ese pequeño infierno personal, de pronto escuché tocar la bocina del Torino de mi padre. Manejaba mi madre y nos estaba buscando por toda la Costanera porque “los militares iban a dar un golpe”. Mientras todo el país estaba movilizado por el levantamiento cara pintada, a mí lo único que me importaba era cómo reparar mi caña preferida. El lunes posterior a “felices pascuas, la casa está en orden”, llevé la caña a una casa de pesca para repararla. Pero me dijeron que no tenía arreglo. De todas formas no me di por vencido y la reparé yo. Al fin de semana siguiente la llevé nuevamente a la Costanera y se terminó de partir en un lanzamiento. Finalmente me tuve que resignar y comencé a planear su reemplazo.
La única caña que me quedaba era la Roja Súper Especial y una caña de mi padre que se había podrido al nivel de sus encastres y que ya no servía para nada. Un compañero del Instituto Superior Porteño me prestó una caña de fibra de vidrio para mar “que se había encontrado en Pinamar” (se la choreo a alguno) y no le interesaba usar. Pero luego nos peleamos y se la tuve que devolver. Mientras recorría los negocios de pesca de Núñez y Belgrano, para saber precios. Eso fue en Mayo. Entonces tomé la decisión de ir caminado las quince cuadras que separaban mi casa del Porteño y no gastar en nada. Incluso ahorré la mayoría del dinero que me habían dado mis padres para ir al campamento de Tafí del Valle. Con ese dinero acumulado ya podía comprar una nueva caña. Pero el dinero quedó en uno de mis pantalones y mi madre lo llevó a lavar a una lavandería y así perdí buena parte de lo ahorrado. Los dioses de la pesca se rían de mí. Encima los dioses de la economía hacían lo mismo: la inflación no paraba y las cañas no dejaban de aumentar su precio. Pasaron los meses y llegó el verano, y lo que yo ahorraba siempre era nominalmente más y realmente menos. Entonces pedí a todo el que escuchaba que me dieran plata para la Navidad de 1987. Así pude comprar una caña de mar. Era del tipo conocido como “garrote” y era de caña natural. Tenía una excelente terminación y también compré un reel Escualo. Para ese entonces ya contaba con catorce años. En la decisión se condensó todo mi conocer que no era otra cosa que mi reconocer. ¿Por qué no comprar una caña de fibra de vidrio? Porque una caña natural me había hecho muy feliz. ¿Por qué comprar una caña tan grande y pesada? Porque pensaba que si una caña mediana funcionaba tan bien, una caña grande tenía que ser mejor. Además, yo me sentía retado físicamente: tenía que demostrar al mundo que podía usar esa caña enorme y extremadamente pesada. Posiblemente me angustiaba no haber pegado el estirón cuando casi todos mis compañeros ya lo habían hecho. Sentía que me estaba quedando petiso. Tal vez ese complejo inició la cadena causal de complicaciones que tuvo esa caña. La primera fue que con ella tuve el primer hecho de "inseguridad" de mi vida. El día que la pensaba estrenar en la Costanera, tres pibes más grandes que yo me quisieron robar entre Ciudad Universitaria y Parque Norte. Ese día la caña ganó su nombre: Garrote. ¿Por qué? Porque la usé para literalmente romperle la cabeza a uno de los ladrones, cosa que no pude lograr pero que me permitió escapar. Asustado, ya no quise volver a la Costanera. Llegó Enero y fuimos con mi familia a San Bernardo. Una noche, con mi padre, concurrimos al muelle de Mar de Ajó. Para esa época, verano de 1988, el Partido de la Costa ya estallaba de gente. La zona de cañas estaba repleta de pescadores y casi no había espacio para lanzar. Lo que se solía hacer en esos casos era que los que estaban con las líneas tendidas se corrieran y bajaran un poco las cañas. El pescador que iba a la lanzar gritaba “va plomo” y esperaba que se corrieran los que estaban cerca de la baranda. En un momento yo era el que tenía que hacer el lanzamiento. Grité bien fuerte el “va plomo”. Todos se corrieron menos un viejo (debía tener la misma que yo ahora) pelado. Entonces volví a gritar “va plomo”. El pelado se dio vuelta, me miró y no se movió ni un centímetro. Enojado volví a gritar “va plomo” y lancé por encima del pelado. Pero el diablo metió la cola… el carretel del reel Escualo tenía una gatella en la tanza y se trabó. La plomada de 200 gramos me empujó la caña hacia abajo y le pegué en el medio de la pelada al viejo. Todavía me pregunto cuánto de accidente tuvo el cañazo, cuánto de “destino manifiesto” tenía una caña llamada Garrote y cuánta gana de darle una lección al viejo canchero. Recuerdo que uno gritó “sonó hueco” y todos los pescadores estallaron de risa. Después de eso el pelado se tuvo que ir a su casa y todos se corrían cuando yo lanzaba.
El reel Escualo es un capítulo aparte. Era una marca amada por los pescadores argentinos y el equivalente del Ford Falcon: nunca se rompía (?). Bueno, en realidad eso de que no se rompía era un mito, por lo menos en el modelo 6007. En mi caso se rompió tres veces una pieza (conocida como “uña”) que unía un sinfín con el vástago que movía el carretel. Cada arreglo era una fortuna de dinero y lo peor era –como "no se rompía"– que me decían que se rompían por mi culpa. Aunque era verdad (desconocía que, en caso de enganche, no hay que “tirar del reel”), era justamente lo que menos quería escuchar y le tomé bronca al Escualo. Hasta el presente post sostenía que tuve y tengo un montón de reels y que solo se rompió el Escualo 6007.
Para el verano de 1989 yo ya no tenía
problemas para dominar a Garrote finalmente había pegado el estirón y la usé
seguido hasta el año 2001 que compré una caña de grafito de tres metros sesenta
centímetros, a la cual llamo Leviatán. Esporádicamente volví a utilizar a
Garrote y hoy tomé la decisión de sacarla del servicio activo. Garrote ya no va
a pescar, los años ya la afectaron y usarla solo va a llevar a que se rompa. Desde
mañana va a colgar en mi Fortaleza de la Soledad.
Para terminar, vuelvo a Borges. Él ponía en la boca de Bacon la frase "aprender es recordar". Por eso es que recuerdo a Garrote y las trampas del conocer-reconocer.
Sin embargo, la tesis platónica, mi primera caña, el enorme pequeño cazón, la caña "de Miguel Ángel", la Roja Súper Especial, mi querido Garrote, el pelado del muelle de Mar de Ajó, el reel Escualo 6007 y el "aprender es recordar" pudieron haber no sido.
Para terminar, vuelvo a Borges. Él ponía en la boca de Bacon la frase "aprender es recordar". Por eso es que recuerdo a Garrote y las trampas del conocer-reconocer.
Sin embargo, la tesis platónica, mi primera caña, el enorme pequeño cazón, la caña "de Miguel Ángel", la Roja Súper Especial, mi querido Garrote, el pelado del muelle de Mar de Ajó, el reel Escualo 6007 y el "aprender es recordar" pudieron haber no sido.
viernes, 26 de enero de 2018
historia reel Escualo
“El primero no importa, pero el segundo será un Escualo” (Fidel Castorani, creador de los reels Escualo). La propaganda de los reels hasta finales de los años ochenta era muy diferente: se generaba de un usuario a otro. Justamente mi segundo reel fue un Escualo Bacota y lo compré convencido de lo que me habían contado otros pescadores.
Si te gusta la pesca y si te interesa la historia de la industria en la Argentina, no podes de dejar de darle 45 minutos de tu vida a esta entrevista a Fidel Castorani.
miércoles, 10 de enero de 2018
Protocultura: Macross vs. Robotech
El elemento central de la trama de “Macross” es la “Protocultura”. No se refiere a una bioenergía producto de una avanzada civilización extraterrestre. Esta interpretación es propia de la sociedad norteamericana, que hace de la tecnología militar un fetiche, y aparece en “Robotech”. En el mundo de significados de la serie japonesa, la Protocultura hace referencia a que la supervivencia de la sociedad no se encuentra arraigada a su desarrollo tecnológico (los humanos no son rivales para los Zentradi y Meltradi), sino que depende de las leyes que gobiernan las relaciones sociales y su correspondiente orden moral. Entonces, podríamos decir que la diferencia fundamental entre Robotech y Macross no es la calidad de la animación, los guiones, los nombres de los protagonistas, que en el caso norteamericano hay una clara división entre los “buenos” y los “malos” y que necesita explicar con una voz en off los eventos y motivaciones de los personajes como si el público fuera un grupo inepto para desarrollar significaciones... no, la diferencia es a quién “le habla” cada serie: los norteamericanos le hablan a la figura del “consumidor”, los japoneses le hablan a la figura del “ciudadano”.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)