Ya se encuentra disponible, en el repositorio digital de la UNSAM, la
tesis “Ford Falcon (1962-1991). El mismo, pero mejor. Illusio, habitus y
sentido práctico en el Campo Automotriz Argentino”. Si me permiten
jugar con su nombre, trata sobre el Halcón –ese αρπακτικό πουλί
(“depredador de aves”) – que devastó a su competencia. Pero fue mucho
más. Se trató de un elemento cotidiano en la vida del país, “por todos
querido”, que simbolizó “lo noble y confiable”. Siendo el “mismo”,
siempre fue “mejor”. Reclamó para sí, con éxito, la condición de “auto
más confiable de la Argentina” y logró “trascender el tiempo” al
conectar el pasado, presente y futuro de los “caminos de la vida,
construyendo cada día algo mejor”. De esa forma el Falcon –el “amigo
incondicional de su dueño (y de su familia)”– fue asemejado a la vida
(“Mejor para vivir”) y al anhelo utópico de armonía social o, dicho en
palabras del marketing, “una forma de entendernos, de ser, de compartir y
de sentir” y el vehículo “que elegimos (los argentinos) para escribir
la historia de cada día.” Pero el también fue el objeto-símbolo del
terror de Estado. Como una materialización del mito de Faetón, los “Ford
verdes” quemaron todo a su paso: a la utilidad metafísica del Falcon
(construida durante décadas) como objeto-símbolo “gaucho y confiable”,
ligado al polisémico ser nacional y a una utópica vida familiar y del
trabajo ajena al conflicto social, se le sumó la paralela y
contradictoria transmutación simbólica de ser el “sujeto” de la
violencia genocida y deshumanizante.
Nuevamente quiero agradecer Andrés Wainer, Juan Sebastián Califa, Paula Canelo, Pablo Nemiña, Pablo Bonavena y al resto de los miembros del jurado, a todo el personal del IDAES y,
especialmente, a las tres personas más especiales de vida: Justi, Milito
y Pau.
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