Cuando sea escrita mi hagiografía reclamando la condición de nuevo Agustín de Hipona, el siguiente relato debe obviarse en función de no poner en duda mi virtud de valentía y mi fuerza en la fe.
Ocurrió que fui invitado a pasar unos días en Bariloche. Le comenté a P. Ella, puro fuego y entusiasmo, rápidamente organizó la logística para que pudiera pasar unos días en regiones con climas civilizados. Sin embargo, mi condición de ser prudente, moderado y objetivo me llevó a analizar el plan trazado por P y rápidamente me negué. Mis argumentaciones se centraban en esa entelequia conocida como “libertad”. Así, primero argüí que tengo compromisos laborales en esas fechas. P refutó tal argumento demostrando que había días libres en mi agenda. Luego deliberé sobre que ningún padre responsable puede abandonar a sus hijos en pleno inicio de clases. Lastimando mi autoestima patriacal, Pau demostró que la vida escolar y social de los niños puede sobrevivir sin mi querida presencia. Finalmente, recurrí al sórdido materialismo: en el capitalismo se es más o menos “libre” (fundamentalmente) en relación a lo abultado de la cuenta bancaria. Pero, como si de una gran jugadora de ajedrez se tratara, P había anticipado mi inclinación a recurrir al tibio refugio materialista. Ella tenía planeado un vuelo en avión a un precio menor a cargar el tanque de nafta del auto. Esto me puso en un serio aprieto. Como hombre de fe creo que el mundo es de Dios, pero solo se lo alquila a los valientes. Y yo creo ser valiente, pero ¿no es exigirle mucho a la Gracia de Dios volar DOS veces en Flybondi? ¿Tiempo para mí de volar?
Sin embargo, en mi hagiografía, ni la invitación, ni mis argumentaciones blasfemas y mi falta de fe en la Gracia de Dios podrán haber sido.