Paradójicamente algunas dudas
construyen certezas que determinan fatales destinos. Esto es lo que le ocurrió
a Pablo y vamos a contar su mito.
Pablo poseía una duda fundante en
su forma de razonar. Tal sospecha se puede resumir de la siguiente manera:
aquellos que viven haciendo comprensiones llenas de mala fe sobre la vida de
los demás, que inyectan un amargo rencor en su exploración sobre la vida ajena,
que construyen desviados razonamientos bajo la falsa excusa de “decir las cosas
claras” ¿Pueden exigir no ser (mal)tratados con esa misma forma maliciosa de
buscar defectos en el otro?
Semejante duda se fue
estableciendo en la consciencia de Pablo a medida que fue perdiendo su
inocencia y que fue evolucionando en su percepción del mundo. En semejante trayecto, paulatinamente, Pablo
fue dejando de rendir su percepción a los dogmatismos falaces de aquellos que
dan cátedra sobre la vida de los demás, que departen sobre la formación humana del resto de
los individuos y respecto a su ideología.
De forma gradual Pablo comenzó a percibirse
dentro de una especie de fiesta de disfraces, cuyas máscaras eran las pretendidas
virtudes de unos seres que eran como sombras. Se trataba de una representación que se erigía
detrás de embozos, buscando ocultar la mala entraña de esas sombras blandas que
quieren sin querer. Las caretas de fingida virtud ocultaba tanto la ignorancia de esos
seres sombras como la ligereza en el decir y en el hacer que tenían internalizada,
además de un cierto complejo de inferioridad. Pablo no podía establecer empatía alguna con
aquellas sombras que se entregaban vilmente a los descaminos de semejante ácida
desvergüenza.
Pablo estaba convencido de que todos tenemos defectos y que algunos -muy pocos por cierto- lograban a lo largo de la vida poseer un puñado de virtudes; de hecho, sospechaba de aquél que presumiera de falta de defectos y presentara una fachada impecable. Sin embargo, en Pablo el problema que despertaba su duda no tenía que ver con la condición incompleta de cualquiera de nosotros.
La duda de Pablo lo hacía verse
como un actor involuntario de una dramaturgia previamente montada. Se advertía
a sí mismo como un actor maquinal de una tragedia. Así la duda le fue creciendo hasta en
convertirlo en Satanás. Se fue transformando en el ángel que con su conducta denunciaba a los
débiles seres sombras y que había logrado poseer la fuerza para no dejarse arrastrar por la
fuerza del conjunto. Sus alas le permitieron no estancarse en las aguas del
pantano mundano de los seres sombra y en su vuelo Pablo comprendió que era mejor
la soledad que ser parte de un cosmos insustancial.
La transformación de Pablo en
Satanás le otorgó una certeza en la demasía del vacío: era necesario exigir su
voluntad para lograr adquirir una conducta que le permitiera dejar atrás la
inconstante condición de los seres sombras.
Semejante certeza lo hacía
reusarse a establecer amistades con los que aceptaban ser cómplices de sus
propias miserias y le impedía utilizar como argamasa para solidificar amistades
a la triste falta de virtud del desaprensivo. Lo empujaba a no dejarse convertirse en
un fingido descifrador de jeroglíficos que le eran imposibles
comprender. No quería dedicarse a buscar donde no hay. Se negaba a hacer de los
otros un cuadro de mórbidas formas derivadas de embusteros razonamientos.
Esas negativas eran las certezas
que motorizan su pequeña gran rebelión frente a la divinidad del común actuar.
Eventualmente la pequeña gran
rebelión de Pablo estaba destinada a fracasar. No porque fuera a ser quebrado
en sus convicciones, sino por el hecho de que la coerción omnipotente de los
muchos fijaba de antemano la inevitable derrota del que se encuentra solo. A pesar de tener plena consciencia de ello,
Pablo no quería entregarse al desgraciado ablande producido en el vacío firmamento de los seres
sombras, por lo que no dudó en enfrentar su fatal destino hasta ser derrotado.
El mito de Pablo, de Satanás,
llegó a los oídos de quien ahora versa su historia, empujándolo a escribir
las líneas que se encuentran leyendo para rescatarlo del infierno del olvido al que fue condenado por
los seres sombras.
Sin embargo, aquella duda de
Pablo, su certeza y su pequeña gran rebelión, pudo haber no sido.