El valor de algunas ideas radica
en su capacidad de encender el entusiasmo de la voluntad en busca de lo que se
quiere, en permitirnos salir de la trampa que generan las ideas “cortas” y de conferirnos
de respuestas anímicas para resolver los problemas concretos que se nos
presentan. En mi caso tenía (y suelo tener) un fuerte desprecio por las formas de
la vulgaridad en cualquiera de sus modalidades (desde las artísticas hasta las
intelectuales). ¿Qué entiendo por vulgar? Es otra forma que me doy para llamar
a lo “normal”, es decir, de nombrar a lo que no tiene nada de originalidad.
Si bien la originalidad, en sí
misma, es solo un fetiche, su búsqueda posibilita el desarrollo de excelencias.
Tal vez esa búsqueda sea impulsada por el deseo vanidoso de querer pertenecer a la aristocracia
del espíritu. Aunque cuál es la causa eficiente de semejante exploración, en
realidad, no importa; lo realmente relevante es que estimula a oponerse al
orden de valores considerados legítimos por los espíritus adocenados. La utopía
de la originalidad es un motor para lograr contar con algo que es irreducible,
que no se deja ahogar por las convenciones de las tétricas escalas de lo
vulgar.
El mundo es sensacionalmente complejo,
pero las formas de razonamiento pedestres clausuran las posibilidades de poder
percibirlo y se inhiben frente a la materia plástica que es la realidad. En el
caso del relato que nos ocupa era típico que tuviera que escuchar decir a éstos
espíritus que “el Torino es grasa”, que “el Torino consume mucho”, que “es un
auto viejo” o cualquier otro tipo de sentencia acompañada por el sello propio
de la acidez corrosiva del sentido común. Mal por ellos. Se pierden en la vida como
las hojas caídas en el otoño.
Yo me encontraba enamorado de la idea de tener un Torino.
No me importaba que fuera un cuatro puertas cuando deseaba una cupé (con el
tiempo tuve la ansiada TSX, con sus 200 Hps, A/A, DH, tablero de avión, etc.). No
me afectaba el gran choque que tenía en el guardabarros trasero derecho. No
incomodaba tener que ir “pateando” hasta la facultad cuando no tenía dinero
para poner en el tanque de combustible los cinco litros necesarios para hacer
los 20 km del circuito casa, sede Ramos Mejía de Sociales y vuelta a mi casa.
No me afectó tener la DH rota al momento de estacionar en el examen para sacar
la licencia de conducir. No me molestaba tener que recorrer todo Guarnes para
conseguir algunos repuestos. Lo mismo puedo decir de ensuciarme desarmando toda
la distribución del motor para cambiar la cadena, tener que reemplazar un metal
biela fundido, en reparar el tren delantero o en limpiar el carburador. Incluso
una mujer que mirara con malos ojos mi Toro o que hiciera algún comentario
inconveniente no valía la pena. Por supuesto que en algún punto todo eso me fastidiaba,
pero para mí merecía la pena.
Todos esos esfuerzos eran
eclipsados por el placer de salir con los amigos por media ciudad de Buenos
Aires o por poder ir de vacaciones a la costa con ellos; por el empuje de escuchar
en su interior AC/DC, Iron Maiden, Megadeth, Ozzy, Manowar o el primer CD de
Almafuerte; por ir con los amigos en el Toro los fin de semana a Tigre para
remar o ir a pescar a Entre Ríos; por decirle a un “viejo” pelado que conducía un Mercedes-Benz, de
ventanilla a ventanilla, que veníamos desde hace 200 km con una biela fundida pero
qué importaba si teníamos pelo en la cabeza; por el hecho de que ningún amigo o
conocido pueda decir que no lo llevé hasta su casa (menos que le cobré la
nafta); por todas las veces que me protegió de la lluvia; por el privilegio de conducirlo
por todo el gran Buenos Aires debido a cuestiones de trabajo; por el brillo de
sus cromados después de lavarlo; o por silenciar a los Falcón Sprint que se reunían
en el Puerto de Olivos con el grave y único rugido de su motor con “solo” 180
Hps (los Sprint y las Chevy SS tienen 160 Hps).
Aún hoy en día algunos todavía me recuerdan por
mi Torino SE y otros por mi cupé TSX. Es indudable que ambos Torinos fueron
parte de vida y que se encuentran estampados en mi ser. Es por ello que me sentí
empujado a escribir estas letras: no quiero olvidar esas emociones marcadas a
fuego en mi experiencia vital.
Sin embargo, todas estas anécdotas,
emociones y sucesos ligados a mi Torino SE, modelo 1977, de color gris coraza,
con DH y caja ZF, pudieron haber no sido.
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