Un niño pide al padre, noche tras noche, que deje una luz encendida. El padre primero reflexiona bajo la forma del simplismo utilitarista. Así piensa en la cuenta de luz, luego en que prefiere pagar la luz a que le rompa las bolas… un pensamiento propio de alguien que olvidó que cuando uno es niño las constancias de las formas, las constancias de los tamaños y las causalidades perceptivas quedaban envueltas en la oscuridad. Y luego extraña la noche de niño. Extraña ese mundo mágico-fenoménico, que se independizaba de lo espacial del mundo adulto y trastocaba la causalidad perceptiva, creando un campo cualitativamente diferente para las actividades perceptivas y las estructuras operatorias que lo hacían sentir vivo.