Eduardo González Peña

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Argentina
"El que cree haber entendido cualquier cosa sobre mí, se ha formado de mí una idea que responde a su imagen" Nietzsche.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

El derecho a ser



En el camino de cuestionar lo establecido, de enfrentar lo que se presenta como evidente por sí mismo y de introducir a la diosa razón en las jodidas tramas de relaciones que se nos hacen carne, hay un nuevo obstáculo: ayer me recibí en el Profesorado de Enseñanza Media y Superior en Ciencia Política.
Pero como “tienes el derecho de ser lo que tienes el poder de ser”, todavía tengo el derecho a no convertirme en un viejo patético.

jueves, 29 de octubre de 2015

No sé por qué



Es algo conocido que siempre hubo vendedores ambulantes de la sabiduría política, del tipo de que naturaliza que un ladrón insignificante sea condenado a prisión y un gran bandido llegue a ser líder de una nación. Ahora, también hay hombres y mujeres de criterio y de virtud, capaces de gran discernimiento para ciertas cuestiones prácticas. Sin embargo, y no sé por qué, terminan aceptando y legitimando unos fingidos principios de justicia, los cuales se vuelven un serio obstáculo para el fluir progresivo del cambio al asegurar la victoria del Tartufo de turno.

martes, 15 de septiembre de 2015

Para mi tumba


El día que me alcance el destino inexorable de todo ser, quiero me cremen… pero de tener que elegir una leyenda para mi lápida quisiera “ver” escrito: “No fui lo que debía ser, pero tampoco me convertí en lo que estaba determinado a ser”.

martes, 11 de agosto de 2015

Cualidad sobre cantidad

Pasado el estado de “euforia” por el triunfo de mi querido River en la isla de Mazinger Z y Godzilla, tengo que aclarar algunas ideas. Siempre pensé que hay copas internacionales que son una vergüenza contarlas sin más. Ejemplos de esos torneos son la Suruga “Bank”, la Copa de Oro, la Copa Masters y la Interamericana. Hay que ganarlos y no mucho más. Contarlas junto a otras copas de prestigio es como pensar que el mero número de billetes asegura linealmente más poder adquisit...ivo. El valor diferencial de cada copa se expresa de la misma forma que en los billetes: en la lógica de cambio. Nadie cambiaría 5 de esos títulos light por una copa Libertadores, una Intercontinental o un Mundial de Clubes. Incluso no se cambiarían por una Sudamericana, una Recopa o una Supercopa, todas ellas de menor valor que el grupo anterior. Esta manía por lo cuantitativo, que desconoce lo cualitativo, también se expresa en los torneos nacionales. Nadie cambiaría un torneo de PD por torneos amateur, copas no regulares o la Copa Argentina. Creo que hay que reconocer las Copas Aldao, pero no soy un trasnochado que las igualaría por medio de la magia numérica-estadística con la Libertadores. Entonces, como soy de los que prefieren un solo álbum Blanco que muchos discos de cumbia y muy cabeza dura, ahora que River tiene uno de esos torneos internacionales etéreos no voy a cambiar de idea.

lunes, 6 de julio de 2015

La sombra de Maradona



Luego de la derrota por penales de la selección nacional, las redes sociales estallaron en contra o en defensa de algunos jugadores en particular. Una construcción de héroes y villanos que se puede entender como una reacción natural frente a una nueva frustración deportiva y seguir adelante con la vida cotidiana. Pero también se puede cuestionar semejante reacción generalizada.
En general, toda la hoguera de apasionadas argumentaciones comparten un mismo consenso básico: una extraña y contradictoria mezcla entre sacralidad de la capacidad individual y omnipotencia del jugador de fútbol, con un determinismo absoluto del resultado que es “posible”. En toda esa mezcla se anula del análisis lo mejor que tiene el fútbol: la zona de incertidumbre que contiene un juego colectivo particularmente parejo.   
Toda perspectiva supone la mediación de un sistema de predisposiciones históricamente armadas, es decir, de valores, de conceptualizaciones y de experiencias que tanto sesgan como dan sentido a eso caótico llamado "realidad". Advertidos de ello, quiero llamar la atención sobre un momento que se ocurre nodal en la conformación de esa identidad: el Mundial del ´86. Desde que Maradona la descosió frente a los ingleses y belgas se consolidó la idea de que el fútbol es un deporte de suma simple individualidades.
Ello es paradójico porque el seleccionado del ´86 era la respuesta al seleccionado del ´82. En el Mundial de España, la Argentina presentó una generación de futbolistas como nunca tuvo antes o volvió a tener en un mundial: Kempes, Maradona, Passarella, Fillol, Bertoni, Ramón Díaz, Valdano, Ardiles, Gallego, Olguín, Tarantini, Pumpido, Trossero, Olarticochea, Calderón, Barbas, Baley, Galvan, Patricio Hernández y otros. Incluso se daba el lujo de dejar afuera a Alonso, Bochini y Villaverde. Todos los que fuimos contemporáneos “sabíamos” que esa selección no “podía” perder ¿por qué? Porque la suma simple de omnipotentes individualidades determinaba como único resultado posible volver a ser campeón. A esa cuenta “lógica” hay que sumar la necesidad de revancha “nacional” por la derrota en Malvinas. Finalmente, el Mundial ´82 tuvo solamente a Passarella en el nivel esperado, el resto fueron una sombra de lo que se esperaba de ellos y su estrella máxima se hizo expulsar en el clásico contra Brasil. La conclusión era que ese seleccionado nunca fue un “equipo”, es decir, una combinación de individualidades amalgamadas, sino la suma de jugadores con enormes egos que no fueron capaces de desplegar un buen juego de equipo. Todo lo bueno que había hecho Menotti para formar un “equipo” para el Mundial ´78, parecía que se había olvidado. No por nada eran épocas en donde el equipo germinal del fútbol argentino, La Máquina, fue reducido a la suma de cinco apellidos, oscureciendo lo que realmente era: un equipo total, lo que después se llamó “fútbol total”.
En los años que van desde el 82 al 85, Bilardo intentó formar nuevamente un equipo desde los supuestos que se desprenden de la escuela de fútbol de Estudiantes. Pero a pesar de su enorme voluntarismo, al llegar la eliminatoria del 85, la Argentina no tenía "equipo". Bajo el fantasma de la eliminación en la Bombonera del año 69, se jugó un partido crucial en el Monumental, donde Maradona fue borrado de la cancha por Reina y Fillol tuvo dos atajadas fundamentales cuando el partido se encontraba 1 a 2. Pero de modo “principal” ocurrió que, cuando el equipo se quedaba afuera del mundial, Passarella hizo la jugada que estrelló la pelota en el palo y permitió que Gareca la empujara sobre la línea para poner el 2 a 2 y así clasificar a la selección al mundial. La jugada de Passarella reafirmaba empíricamente una incipiente épica de la omnipotencia individual del jugador de fútbol.
Al llegar el Mundial ´86, el “equipo” comenzó a aparecer de forma paulatina y de menos a más. En los primeros cuatro partidos el conjunto fue mutando de 4 a 3 en el fondo, de 2 delanteros netos a uno solo, de 4 volantes a 5, de un Maradona “enganche” a un Maradona libre. El equipo superó la fase de grupos y fue victorioso en la batalla del Rio de la Plata de los octavos de final. Y llegó el enfrentamiento con los ingleses, en donde la Argentina como equipo dominó gran parte del encuentro. Pero eso no es lo que se recuerda, se sabe que es el partido de la “mano de dios” y del “barrilete cósmico”, la materialización del momento que sueña protagonizar todo aquel que jugó al fútbol, sin importar si lo hizo en los mejores estadios del mundo o en el Parque Güemes de la Avenida Figueroa Alcorta.
La historia del fútbol argentino se reiniciaba a partir de ese evento. Fue al mismo tiempo un Big Crush y Big Bang futbolístico, que generó un cambio en la continuidad del tiempo y el espacio. Nada volvió a ser lo mismo bajo el dominio de la cosmovisión maradoniana. Desde ese momento la mayoría de los aficionados al fútbol buscaron en vano ese héroe omnipotente que reproduzca la supernova estelar de Maradona contra los ingleses. Primero ocurrió que el mismo Maradona, con el “hijo del viento” y Goyco reafirmaron la gloria individualista en el Mundial ´90. Más tarde el Batigol y “el jugador del pueblo” fueron establecidos como las nuevas encarnaciones de la quinta esencia de la mitología maradoniana, aunque sus rendimientos futbolísticos desmintieron sus capacidades de producir tal gloria. Hoy el papel de héroe es “de” Mascherano.
Por supuesto que toda la épica maradoniana de los héroes necesitaba de villanos para explicar la tragedia de los resultados perdedores. Los primeros de ellos son Codesal y la enfermera del Mundial ´94. Luego esos villanos funcionales los encarnaron los técnicos de turno, como Passarella que no ponía a Batistuta y no llamaba a Caniggia o Pekerman que no hizo entrar a Messi contra los alemanes. Todo ello suponía que las individualidades hacen por sí mismas a un equipo. De allí que no nos puede sorprender que luego se considere a algunos jugadores como villanos “responsables” de los fracasos mundialistas, ello era solo una necesidad “lógica”. Así fueron crucificados Ortega en el Mundial ´98, Verón en Mundial 2002 y Otamendi en Mundial 2010. Hoy el papel de villano es "de" Higuaín.
Hasta que por esa complicada combinación del azar con el determinismo ocurrió que la Madre Patria le hizo a la Argentina una reparación histórica: nos dio al mejor jugador del mundo. Porque se sabe que Messi no es un producto futbolístico argentino, solamente es argentino porque la madre lo parió aquí. Pero su “juego” es la adaptación de una determinada dotación de genes al aporte científico europeo y al estilo del Barcelona. Sin embargo, su identidad es profundamente argentina, lo que lo empujó a desechar la posibilidad de ser la estrella del seleccionado español y defender los colores nacionales.
La cosmovisión maradoniana rápidamente lo percibió bajo sus estrechos moldes polares de villano y/o héroe. Por supuesto que tales condiciones no se desprenden en sí mismas de las condiciones futbolísticas de Messi, sino de la singularidad de los conceptos con que son percibe el pueblo futbolístico tales condiciones: una extraña y contradictoria mezcla entre sacralidad de la capacidad individual y omnipotencia del jugador de fútbol, con un determinismo absoluto del resultado que es “posible”. Incluso la desmentida de la cosmovisión maradoniana, el juego en equipo que le permite al Barcelona ser casi siempre victorioso, le jugaba en contra a Messi en su relación con los aficionados argentinos.
Messi es el mejor jugador que él escribe vio, pero nunca en la selección formó parte de un gran “equipo” y siempre tuvo afrontar más que jugadores rivales al ser envuelto en la sombra de Maradona. Me parece que es hora de dejar de lado esa sombra, esa perversa cosmovisión, porque se trata de una aberración de la perspectiva que implica un deporte: no existen héroes sagrados o villanos y estrechos determinismos, eso es una forma de pensamiento pueril; lo que existe son buenos y no tan buenos jugadores, y, principalmente, lo que importa en el fútbol es si son parte de buenos equipos que puedan reducir la zona de incertidumbre del mejor de los juegos colectivos.  

lunes, 29 de junio de 2015

Sobre monstruos y dialéctica.

En una dimensión desconocida, en donde los monstruos son reales, ocurrió que un padre leyó un cuento antes de dormir a su hija de 6 años y su hijo de 3 años. Al rato el hijo aparece en la habitación de los padres. Entonces el padre indignado preguntó: "Dejaste a tu hermana sola???"
Y con ganas de hacer sentir mal a su hijo agregó: "Quién la va a defender si viene un monstruo???"
Y el hijo respondió: "Vos!!!"
Cuentan que el padre no supo si ponerse contento porque todavía lo creían capaz de luchar con monstruos o sentirse mal por haber sido derrotado en la dialéctica por un mocoso de 3 años.
Sin embargo, esa dimensión desconocida, sus monstruos, padres y hijos, pudieron haber no sido.

lunes, 1 de junio de 2015

La máscara del feminismo



Cuando se habla de violencia de género, la referencia siempre es el sentido común masculino. Es previsible que los varones lleguen a la conclusión que tienen el poder y que lo utilizan tanto para oprimir a la mujer como para convertirla en objeto de la beneficencia masculina. Es casi transparente de lo obvio.
Pero ¿qué aportan de original las intelectuales feministas? Nada. Ellas se consagraron a combatir a sus “enemigos”, muchos de los cuales son amigos, y no pudieron nunca descubrir la real causa de los problemas que se dan por objeto.  De Simone de Beauvoir para acá se dedican a aprender de memoria los libros de los varones (Marx, Freud, Kant, etc.) para aportar pruebas de la infamia masculina, pero nunca sumaron nada sobre su verdadero tema: la mujer desde la mujer. 
Centradas en la monomanía de su pensamiento, se negaron a sí mismas la posibilidad de aportar una perspectiva original a la problemática de las relaciones de género. Así en EE.UU. terminaron identificando la dignidad femenina con quemar corpiños, a presentar la ridícula idea de que las mujeres WASP vivían más explotadas que los afroamericanos varones y a afirmar que son los varones los que arman las guerras. En el colmo del ridículo se acusó al género masculino de aniquilar el impulso sexual femenino, cuando no hay nada que le guste más a un varón tipo medio que una mujer con gran impulso sexual.
Me pregunto ¿alguna feminista le advirtió al varón que humillarse en su trabajo por la necesidad de mantener a sus hijos y mujer es algo que se contradice con todo tipo de orgullo y que solo lo convierte en una pila descartable de un sistema despiadado de explotación?
El feminismo es peor que un razonamiento reaccionario -como es el machismo-, es una ficción pseudocrítica, una traba para desarrollar una relación más evolucionada entre la mujer y el hombre. El fracaso de sus intelectuales es enorme y no por nada la única pensadora realmente original no es feminista: Esther Vilar.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Un ir sin un venir



Una torsión del espacio-tiempo hacia extrañas entrañas ocurrió el día un niño aterrorizado atravesó un gran portón. 
Un gran patio de un frio edificio lo esperaba, mientras las palpitaciones se agitan. Controla el lustrado de sus zapatos y la prolijidad del estrenado uniforme. Observa a niños que a su lado parecen gigantes de un helado mundo y busca mostrarse seguro para no defraudar a los mayores que lo acompañan. Sólo el encuentro con algunos rostros familiares le da cierta sensación de alivio.
Sin saberlo se ha introducido en las entrañas de un bestial Leviatán. Las enormes fauces en forma de patio congelan la sangre y sus vientres llenos de malignos pupitres de madera lo esperan. Una corriente eléctrica embarga todo el cuerpo del pequeño niño, pero él sabe que no puede ser débil, que no debe desbordarse o vacilar frente a la composición de infernales tormentos a la que ha sido condenado. Expresa un temple que no quiere ser trepanado pero que no puede decir que “no”.
El niño se sigue introduciendo en ese Leviatán de ladrillos y cemento, deja atrás a los adultos y se prepara para escalar en el monstruo. Lo hace desfilando militarmente a las fosas  dónde van a ser devorada su infancia.
El sistema digestivo de la bestia tenía siete etapas y, de sobrevivir a cada una de ellas, luego había que sortear otras cinco. Una maldita eternidad de forzado sufrimiento. Un ir sin un venir. Una continúa regurgitación de la materia forzada a ser trasformada.
Pronto sospecha ser el epicentro de una metamorfosis y objeto de un racionalizado secado.
Sentado en el duro pupitre los pensamientos del niño vagan sin rumbo y se desconectaba del forzado mimetismo al que es sometido. Se confunde frente a un tiempo que se presenta girones, dónde la repetición uniforme de los gestos es la regla y el amaestramiento realizado dilapidaba posibilidades del ser. Esas rutinas inmutables y viscosas, son teñidas por los gruñidos guturales de unos fantasmas envueltos en sus blancos delantales, tan diferentes a los grises delantales que envolvían los impulsos de los jóvenes cuerpos.
Nada volverá a ser lo mismo para los que fueron introducidos en las entrañas del Leviatán y poco quedará de lo sustancial de aquel pequeño que mientras pudo tiró inútilmente de las cadenas que lo aprisionaban.
Sin embargo, los fantasmas blancos, el Leviatán y el niño que fue sin venir pudieron haber no sido.