Eduardo González Peña

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Argentina
"El que cree haber entendido cualquier cosa sobre mí, se ha formado de mí una idea que responde a su imagen" Nietzsche.

jueves, 23 de agosto de 2018

La educación pública y una pequeña historia

Soy síntesis de múltiples determinaciones, pesimista por inteligencia y optimista por voluntad. Mis procesos psicológicos superiores fueron internalizados en un tiempo un espacio determinado. Por lo tanto, si soy el que soy es porque mis procesos psicológicos superiores fueron un producto contingente y relacional de la interacción con el medio ambiente cultural que me tocó “vivir”. Nací en una familia que me asignó una religión, eligió que sea “educado” en un colegio privado, me crió en el barrio de Belgrano y me impuso el mandato de igualar a mi padre. Él es ingeniero egresado de la universidad pública. Mi adolescencia trascurrió en el medio del desencanto con la democracia, la demonización de todo lo que fuera público y el “fin de las utopías”. Al llegar cuarto año de la secundaria (1990), la empresa de mi padre quebró y nos “quedamos en la calle”. Ahí conocí la sórdida violencia de la educación privada. Debido a la abultada deuda acumulada de hiperinflación en hiperinflación, las autoridades del colegio me negaron la posibilidad de presentarme en la mesa de examen de diciembre y marzo de las materias Física y Matemática. Luego, al iniciar el ciclo del año 1991, se negaron a darme el pase libre. Desde los quince años trabajaba en el club Caldén como portero porque “trabajar” desde pequeño era otro mandato familiar. El director del club era un abogado que me explicó lo ilegal de la situación, escribió una carta documento y me adelantó el sueldo de un año para tener alguna capacidad de negociación con la institución privada. La mala leche de las autoridades del colegio privado llegó a nivel de darme el pase cuando ya habían pasado más de 25 días del inicio de clases, es decir, cualquier colegio que me “tomara” no lo podía hacer porque estaba ya “libre” por faltas. Con el pase en la mano recorrí todos los colegios (privados y estatales) de Belgrano, Núñez, Saavedra, Coghlan, Colegiales y Villa Urquiza, y en todos ellos me decían que ya estaba “libre”. Cuando ya me rendía entré al Liceo Nacional Número 9. Era el turno tarde y me atendió la directora. Ella tuvo mucho de mi destino en esa entrevista y de un modo muy humano entendió que no era mi “culpa” la situación. Quebrando algunas reglas me inscribió y pude cursar quinto año. En ese colegio por primera vez me exigieron razonar por fuera del mecanicismo de la educación privada. Allí, por primera vez fui feliz en una institución educativa. Al momento de ingresar a la universidad, mi resentimiento con todo lo que fuera privado y en contra del espíritu vacío de la época menemista, “elegí” dos cosas. Una es que solo podía construir conocimiento en el espacio educativo público, por su calidad y porque allí era "feliz". La otra era que no iba a estudiar una carrera que no me cerrara la realidad, porque soy de aquellos a los cuales la realidad no les "cierra". Por diferentes razones descarté filosofía y sociología, y (yo que siempre amé la política) me anoté en la licenciatura de Ciencia Política de la UBA y allí me recibí “con honores”. Años después también me recibí de Profesor en Ciencia Política en la misma casa y de Magister en Sociología Económica en IDAES-UNSAM. Además hace casi 10 años que tengo la “suerte” de ser profesor en una de las mejores materias que puede tener el CBC: sociología. Visto desde hoy en día, estoy convencido que mi año en el Liceo Nacional Número 9 construyó mucho más en mí que mi paso desde sala de 3 hasta cuarto año por la educación privada. El Liceo Nacional Número 9 y la UBA me dieron algo que no vas a encontrar nunca en la educación privada: la piedra filosofal del conocimiento. Si con ella no pude construir más es por culpa de mi impericia como mago.
PD: Si llegaste hasta acá, tal vez puedas encontrar al Eduardo de 1991…

martes, 14 de agosto de 2018

Equilibrio

La ingenuidad de perseguir el equilibrio y de asemejarla con la belleza es una sombra que no me puedo desprender. En mi Fortaleza de la Soledad impera un caótico equilibrio. Allí, en sus alturas, me observaban Moby-Dick, Leviatán y Garrote. Su convivencia era desequilibrada. Dos de ellas son "artificiales" y una es "natural". Dos me acompañan desde hace décadas y una tiene menos de un año conmigo. Dos miraban a un lado y una apuntaba al lado opuesto. Tenía que equilibrar la situación y por eso compré una caña "natural" por menos del 5% de lo que tributo como siervo de Edenor. El tiempo la había tratado muy mal, pero yo la volví a vida y se llama Korallion. Ahora hay equilibrio en las alturas.