Eduardo González Peña

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Argentina
"El que cree haber entendido cualquier cosa sobre mí, se ha formado de mí una idea que responde a su imagen" Nietzsche.

miércoles, 25 de febrero de 2015

Un ir sin un venir



Una torsión del espacio-tiempo hacia extrañas entrañas ocurrió el día un niño aterrorizado atravesó un gran portón. 
Un gran patio de un frio edificio lo esperaba, mientras las palpitaciones se agitan. Controla el lustrado de sus zapatos y la prolijidad del estrenado uniforme. Observa a niños que a su lado parecen gigantes de un helado mundo y busca mostrarse seguro para no defraudar a los mayores que lo acompañan. Sólo el encuentro con algunos rostros familiares le da cierta sensación de alivio.
Sin saberlo se ha introducido en las entrañas de un bestial Leviatán. Las enormes fauces en forma de patio congelan la sangre y sus vientres llenos de malignos pupitres de madera lo esperan. Una corriente eléctrica embarga todo el cuerpo del pequeño niño, pero él sabe que no puede ser débil, que no debe desbordarse o vacilar frente a la composición de infernales tormentos a la que ha sido condenado. Expresa un temple que no quiere ser trepanado pero que no puede decir que “no”.
El niño se sigue introduciendo en ese Leviatán de ladrillos y cemento, deja atrás a los adultos y se prepara para escalar en el monstruo. Lo hace desfilando militarmente a las fosas  dónde van a ser devorada su infancia.
El sistema digestivo de la bestia tenía siete etapas y, de sobrevivir a cada una de ellas, luego había que sortear otras cinco. Una maldita eternidad de forzado sufrimiento. Un ir sin un venir. Una continúa regurgitación de la materia forzada a ser trasformada.
Pronto sospecha ser el epicentro de una metamorfosis y objeto de un racionalizado secado.
Sentado en el duro pupitre los pensamientos del niño vagan sin rumbo y se desconectaba del forzado mimetismo al que es sometido. Se confunde frente a un tiempo que se presenta girones, dónde la repetición uniforme de los gestos es la regla y el amaestramiento realizado dilapidaba posibilidades del ser. Esas rutinas inmutables y viscosas, son teñidas por los gruñidos guturales de unos fantasmas envueltos en sus blancos delantales, tan diferentes a los grises delantales que envolvían los impulsos de los jóvenes cuerpos.
Nada volverá a ser lo mismo para los que fueron introducidos en las entrañas del Leviatán y poco quedará de lo sustancial de aquel pequeño que mientras pudo tiró inútilmente de las cadenas que lo aprisionaban.
Sin embargo, los fantasmas blancos, el Leviatán y el niño que fue sin venir pudieron haber no sido.