Una torsión del espacio-tiempo hacia extrañas entrañas
ocurrió el día un niño aterrorizado atravesó un gran portón.
Un gran patio de
un frio edificio lo esperaba, mientras las palpitaciones se agitan. Controla el
lustrado de sus zapatos y la prolijidad del estrenado uniforme. Observa a niños
que a su lado parecen gigantes de un helado mundo y busca mostrarse seguro para
no defraudar a los mayores que lo acompañan. Sólo el encuentro con algunos
rostros familiares le da cierta sensación de alivio.
Sin saberlo se ha introducido en las entrañas de un bestial
Leviatán. Las enormes fauces en forma de patio congelan la sangre y sus
vientres llenos de malignos pupitres de madera lo esperan. Una corriente eléctrica
embarga todo el cuerpo del pequeño niño, pero él sabe que no puede ser débil, que
no debe desbordarse o vacilar frente a la composición de infernales tormentos a
la que ha sido condenado. Expresa un temple que no quiere ser trepanado pero
que no puede decir que “no”.
El niño se sigue introduciendo en ese Leviatán de ladrillos
y cemento, deja atrás a los adultos y se prepara para escalar en el monstruo. Lo
hace desfilando militarmente a las fosas dónde van a ser devorada su infancia.
El sistema digestivo de la bestia tenía siete etapas y, de
sobrevivir a cada una de ellas, luego había que sortear otras cinco. Una maldita
eternidad de forzado sufrimiento. Un ir sin un venir. Una continúa regurgitación
de la materia forzada a ser trasformada.
Pronto sospecha ser el epicentro de una metamorfosis y objeto
de un racionalizado secado.
Sentado en el duro pupitre los pensamientos del niño vagan sin
rumbo y se desconectaba del forzado mimetismo al que es sometido. Se confunde
frente a un tiempo que se presenta girones, dónde la repetición uniforme de los
gestos es la regla y el amaestramiento realizado dilapidaba posibilidades del
ser. Esas rutinas inmutables y viscosas, son teñidas por los gruñidos guturales
de unos fantasmas envueltos en sus blancos delantales, tan diferentes a los
grises delantales que envolvían los impulsos de los jóvenes cuerpos.
Nada volverá a ser lo mismo para los que fueron introducidos
en las entrañas del Leviatán y poco quedará de lo sustancial de aquel pequeño que
mientras pudo tiró inútilmente de las cadenas que lo aprisionaban.
Sin embargo, los
fantasmas blancos, el Leviatán y el niño que fue sin venir pudieron haber no sido.