Es algo conocido que siempre hubo vendedores
ambulantes de la sabiduría política, del tipo de que naturaliza que un ladrón
insignificante sea condenado a prisión y un gran bandido llegue a ser líder de
una nación. Ahora, también hay hombres y mujeres de criterio y de virtud,
capaces de gran discernimiento para ciertas cuestiones prácticas. Sin embargo,
y no sé por qué, terminan aceptando y legitimando unos fingidos principios de
justicia, los cuales se vuelven un serio obstáculo para el fluir progresivo del
cambio al asegurar la victoria del Tartufo de turno.