Sabemos que el Capitán Beto llevaba la foto de Carlitos, un poster de
River Plate y la estampita de un santo. ¿Cuál era ése santo? Ángel
Amadeo Labruna, el "designatum" que lo acompañó por el espacio, el Ángel
de la guarda del conductor de la nave hecha en Haedo. No lo desamparó
en la nada del espacio, guiando la coherencia lógica y adecuación
empírica de su ruta. Su exterioridad se volvió su interioridad hasta
que, en ese viaje de introspección, el Ángel le permitió al Capitán Beto la comprensión, expresión moral y comunicación de lo que es ser
hincha de River Plate Tu Grato Nombre. Ese era el secreto del signo
inscripto en el alma del Capitán Beto. Feliz día millonarios!!!!
Un lugar lleno de falsas nociones, de equivocadas perspectivas y de lastres que alteran las percepciones.
Eduardo González Peña
- Eduardo
- Argentina
- "El que cree haber entendido cualquier cosa sobre mí, se ha formado de mí una idea que responde a su imagen" Nietzsche.
viernes, 28 de septiembre de 2018
jueves, 20 de septiembre de 2018
Tesis “Ford Falcon (1962-1991). El mismo, pero mejor. Illusio, habitus y sentido práctico en el Campo Automotriz Argentino”.
Ya se encuentra disponible, en el repositorio digital de la UNSAM, la
tesis “Ford Falcon (1962-1991). El mismo, pero mejor. Illusio, habitus y
sentido práctico en el Campo Automotriz Argentino”. Si me permiten
jugar con su nombre, trata sobre el Halcón –ese αρπακτικό πουλί
(“depredador de aves”) – que devastó a su competencia. Pero fue mucho
más. Se trató de un elemento cotidiano en la vida del país, “por todos
querido”, que simbolizó “lo noble y confiable”. Siendo el “mismo”,
siempre fue “mejor”. Reclamó para sí, con éxito, la condición de “auto
más confiable de la Argentina” y logró “trascender el tiempo” al
conectar el pasado, presente y futuro de los “caminos de la vida,
construyendo cada día algo mejor”. De esa forma el Falcon –el “amigo
incondicional de su dueño (y de su familia)”– fue asemejado a la vida
(“Mejor para vivir”) y al anhelo utópico de armonía social o, dicho en
palabras del marketing, “una forma de entendernos, de ser, de compartir y
de sentir” y el vehículo “que elegimos (los argentinos) para escribir
la historia de cada día.” Pero el también fue el objeto-símbolo del
terror de Estado. Como una materialización del mito de Faetón, los “Ford
verdes” quemaron todo a su paso: a la utilidad metafísica del Falcon
(construida durante décadas) como objeto-símbolo “gaucho y confiable”,
ligado al polisémico ser nacional y a una utópica vida familiar y del
trabajo ajena al conflicto social, se le sumó la paralela y
contradictoria transmutación simbólica de ser el “sujeto” de la
violencia genocida y deshumanizante.
Nuevamente quiero agradecer Andrés Wainer, Juan Sebastián Califa, Paula Canelo, Pablo Nemiña, Pablo Bonavena y al resto de los miembros del jurado, a todo el personal del IDAES y, especialmente, a las tres personas más especiales de vida: Justi, Milito y Pau.
Nuevamente quiero agradecer Andrés Wainer, Juan Sebastián Califa, Paula Canelo, Pablo Nemiña, Pablo Bonavena y al resto de los miembros del jurado, a todo el personal del IDAES y, especialmente, a las tres personas más especiales de vida: Justi, Milito y Pau.
miércoles, 19 de septiembre de 2018
El Ángel del Millonario: Labruna
Hace 35 años moría Ángel Amadeo Labruna. Muy pocos recuerdos tengo de él
dirigiendo a River y mucho menos lo vi jugar. Pero la curiosidad, los
libros de historia y las viejas revistas me alcanzaron para comprender
que fue el más grande del más grande. Y no me refiero a que Labruna
solamente fue un gran futbolista en época sobraban grandes jugadores. No
me limito a marcar que fue el máximo goleador de Primera División y de
los Superclásicos. No lo circunscribo a su condición de
jugador más ganador en River Plate. No es porque fue uno de los
jugadores que más defendió el Manto Sagrado. No es simplemente porque su
apellido estuvo ligado a La Máquina y La Maquinita. No me alcanza con
delimitarlo a su condición de líder de aquel equipo que nos sacó de la
noche que duró 17 años y pico. Ya lo he dicho y lo repito: Ángel Amadeo
Labruna es más que la suma simple de todo lo anterior. Su condición es
de un blasón, un emblema, la representación gráfica del “deber ser”
riverplatense: nunca llorar, no tener miedo y siempre pretender las tres G. La única frustración posible es no sostener esos principios. Ángel, te conozco y te admiro aunque compartimos el mundo muy poco tiempo. Pero eso no importa. Vos trascendiste el tiempo y tu eco me estremece y agiganta mi corazón. ¡Gracias por hacerme entender lo que significa que mi sangre esté cruzada por un blanco pabellón!
riverplatense: nunca llorar, no tener miedo y siempre pretender las tres G. La única frustración posible es no sostener esos principios. Ángel, te conozco y te admiro aunque compartimos el mundo muy poco tiempo. Pero eso no importa. Vos trascendiste el tiempo y tu eco me estremece y agiganta mi corazón. ¡Gracias por hacerme entender lo que significa que mi sangre esté cruzada por un blanco pabellón!
viernes, 14 de septiembre de 2018
Yo, tu casaca metálica
Yo que soy el producto de tu historia, pero que también produje tu
historia. Yo que tengo 26 años y que te recuerdo lo intrincado de tu
individualización. Yo que soy fruto de esa disruptiva sensación de que
el orden estable no existe y que te recuerdo el colapso de una
estructura social “bien” instalada y relativamente fija. Yo que soy la
hija de las posibilidades de cambio y que por eso fui diseñada bajo el
impulso del miedo a perder a aquellos que considerabas tus iguales. Yo que soy la hermana menor del saco punky del gran Horacio B.
Yo que soy una síntesis de entre tu trama biográfica y sus tensiones
diacrónicas y sincrónicas. Yo que estuve con vos en las tribunas que
River visitó durante 10 años, hasta que cambiaste por camperas del
Millo: Careta! Yo que te acompañé cientos de veces a “jugar” al fútbol
al Güemes. Yo que te veía compartir cervezas en las frías escaleras de
algún rincón del barrio con el ya nombrado Horacio, pero también con Hernán, Sebastián, Cristian, Juan Martin y con la estrella roja de Augusto Clash.
Yo que estuve en tu primera borrachera y, justamente, fue la familia
Dorado la que te rescató de la ignominia de no ser capaz de volver a casa. Yo
que tengo marcas de grasa de los arreglos mecánicos de los Toros y que
supe ser verde oliva. Yo que te abrigaba mientras pescabas con Antígona y
Garrote. Yo que estuve con vos en las gradas frías del autódromo de
Buenos Aires. Yo que todavía llevo, en algunos de los parches, las
señales de la mano hábil de tu abuela. Yo que te acompañe al primer
recital de Milito y Justi con los enormes Kiss. Parece que hoy te tengo
que recordar que fui mojada por Ozzy, que tuve que bancar la
transpiración tuya y del resto de los monos que te rodeaban en esos
diciembres adentro de Obras, para que cumplas tu deseo de estar cerca
del Colorado gritando “Aguante Megadeth”. Y que siempre te protegí de
los golpes de la vanguardia para estar cerca de Angus, Harris, Lemmy,
Joey, Iommi, Rotten, Bruce, Alice, Darrell, DeMaio, Ian, Araya, Gene,
Helfield, Halford, Dio, Gillan y Slash. Lo mismo con Riff, Hermética y
Horcas. ¿Hace cuánto que no me portas como estandarte? ¿Te parece que me
alcanza con recitales salteados de Black Sabbath, Ozzy, Megadeth, The
Who, Anthrax, PIL, Los Violadores o Barón Rojo? ¡Yo quiero salir todas
las noches! En fin, por lo menos me llevaste a ver a disfrutar del gran Divano en ACV y Velocidad 22. Lamentablemente, no pude ver a Hërpes con Nicolás Dorado.
¿De verdad? Es como un herpes que no pica. ¿Qué te pasa? ¿Qué te ocurre
después de tanto tiempo? Sabés lo que pasa, aunque sos un buen metálico
y todavía no engordaste lo suficiente para que no pueda cubrir tu
humanidad, es que te estás volviendo viejo.
(Foto by Zazil Ha)
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