Eduardo González Peña

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"El que cree haber entendido cualquier cosa sobre mí, se ha formado de mí una idea que responde a su imagen" Nietzsche.

jueves, 1 de mayo de 2014

Mi Torino SE, parte I


A pesar de que el tiempo es un ladrón que toma sin permiso nuestras razones y un espectro que nos impide posar la mirada en el ayer, voy a hacer memoria sobre mi pasado. Al volver la vista y meterme en la urdiembre del tiempo que ya no será, pocos momentos encuentro que sean más iniciáticos que aquellos que refieren a la época relacionada con mi “primer motor”, mi primer automóvil, mi primer Torino.  


El recuerdo se preserva de modo tan fuerte que todavía hoy puedo experimentar la sensación profundamente tribal de tener mi “caballo de hierro”. Es un momento que no lo puedo reducir a las partes simples que lo componen -tener un vehículo, manejarlo, lavarlo, arreglarlo, conseguir dinero para mantenerlo, etc.- sino que creo que refiere a un período en donde maduran largos procesos de individualización, que se enmarcan dentro de un fuerte aroma a ingenuidad y que en su relación construyen un todo.

Si bien no puedo precisar el origen exacto de tales sensaciones, puedo suponer que se relacionaba con poder llevar a la práctica todo aquello había aprehendido en mis juegos de infancia. Pasan por mi mente toda una serie de recuerdos. Entre los juguetes de mi niñez puedo destacar mis autitos de “colección” Matchbox y Jet, mi karting, sentarse tras el volante del auto familiar para enfrascarme en una terrible carrera imaginaria o mis juegos de cartas Tope Y Quartet (F1 y Autos Sport) y Match 4 (con su gloriosa serie de “autos argentinos”, donde descollaba el Torino). Pero además puedo agregar que en la TV siempre “me esperaban” Los Dukes de Hazzard, Los Autos Locos y Meteoro, con sus gloriosos General Lee, Súper Ferrari y Match V, junto a las carreras de F1 del “Lole” y las películas de Cupido Motorizado. Asimismo debo mencionar mi devoción por correr en los kartings eléctricos que alquilaban en la costa atlántica durante el verano.

Ya en la adolescencia recuerdo esperar para poder comprar mes a mes la revista Parabrisas, y luego leerla una y otra vez. Así es que legué a conocer las cilindradas, HPs, Cx y otra enorme cantidad de datos sobre los autos de los ´80, que en su mayoría todavía se encuentran en mi memoria. También se destaca la carpeta de mi segundo y tercer año de secundaria que llevaba pegada una gran imagen de un Ford Sierra Cosworth participante del mundial de rally. De igual importancia era mi atracción por las carreras de TC 2000, con sus cupés Fuegos y Sierras o los VW 1500.

Y cómo olvidar aquel verano de 1984, en una zona por entonces desierta de San Bernardo, cuando tuve mi primera experiencia al volante. Fue al mando de un enorme Rambler Classic modelo 1968. Se trató de un auto que estuvo un instante en mi vida pero no cualquier instante. Lo recuerdo extrañamente majestuoso, enorme muy enorme, con su elegante tablero y su palanca “al volante”. Era sin duda todo un reto a vencer para un niño de 10 años que apenas llegaba a los pedales y que conduciendolo se sintió Bo Luke por algunos metros ¿cuántos? ¿50, 100 o 200? No los recuerdo pero todavía me viene a mí la adrenalina que me traspasó todo el cuerpo cuando me puse al mando de semejante auto. Imagino que ese aumento de ritmo cardiaco producido por la adrenalina fue tan fuerte que terminó por eclipsar en mi mente todo el resto de las circunstancias.

Pero hasta aquí me he referido a cuestiones generales de mi relación con los autos. De modo particular había un auto que me llamaba la atención: el Torino ¿las razones? Bueno puedo esgrimir algunas posibles pistas que me ayuden a reconstruir tal preferencia. Tal vez la más importante sea que en mi familia había un “Toro”, pero hay que relativizar semejante razonamiento porque también hubo muchos otros autos familiares que no tuvieron la misma influencia en mi corazón. Puede referirse a las leyendas que llegaban a mis oídos sobre sus glorias deportivas en Nurburgring o al logo de Toro rampante, lo cual creaba en mi una idea heroica del único auto que se podía llamar “argentino”. Sin duda su poderoso motor juega una parte importante en una explicación que busca evitar caer en la tautología. Pero si me dan a elegir existe una razón fundamental: mi personalidad Iconoclasta me impedía conectarme con un producto de Ford o Chevrolet.  

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